«”Señor del Mundo”, la novela-pesadilla de R.H. Benson, se está verificando ante nuestros ojos»

No es frecuente que un Papa recomiende una novela, pero todavía lo es menos que lo haga con insistencia: es el caso de Francisco con Señor del mundo, de Robert Hugh Benson (1871-1914), una ficción apocalíptica con cuya lectura también Benedicto XVI quedó impactado.

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Joseph Pearce, biógrafo de todos los grandes escritores católicos de habla inglesa desde la conversión de John Henry Newman, ha escrito recientemente un artículo sobre Benson en The Imaginative Conservative donde da todas las claves de la obra del autor de Señor del mundo:

Robert Hugh Benson: recordando a un gigante olvidado

Robert Hugh Benson fue una de las más brillantes
luminarias del firmamento literario católico en los primeros años del
siglo XX, creciendo su estrella en el fulgor de varias novelas bestseller, y declinando, o apagándose más bien, con su prematura muerte.

Nacido en 1871, Benson era el hijo menor de E.W. Benson, un distinguido clérigo anglicano que contaba entre sus amigos con el primer ministro William Ewart Gladstone.
En 1882, cuando Benson tenía 11 años, su padre se convirtió en
arzobispo de Canterbury. En 1896, habiendo recibido él mismo las órdenes
anglicanas, fue Benson quien leyó las letanías en el funeral de su
padre en la catedral de Canterbury.

El hijo, sin embargo, no estaba destinado a seguir las huellas de su padre. En 1903, tras un periodo de escrupuloso examen interior, cuyos detalles aclaró de forma magistral en su apología autobiográfica Confesiones de un converso, Benson fue recibido en la Iglesia católica.

Ninguna conversión desde la de John Henry Newman, casi 60 años antes, provocó tal controversia, sacudiendo con ondas sísmicas el establishment anglicano. Posteriormente, durante los siguientes once años hasta su muerte en 1914, fue un defensor incansable de la Iglesia católica y un prolífico novelista y hombre de letras.

Robert Hugh Benson, ya sacerdote de la Iglesia católica, en su ocupación favorita: la lectura.

No hay duda de que Benson pertenecía a una familia notable. Además del
ascenso de su padre a la prominencia y la preeminencia en la Iglesia de
Inglaterra, sus dos hermanos estaban entre los illustrissimi de los escritores eduardianos [del reinado de Eduardo VII, 1901-1910].

A.C. Benson, su hermano mayor, fue master [rector] del Magdalene College en Cambridge y se estableció como un fino biógrafo, autor de un diario y crítico literario, escribiendo celebradas biografías de Dante Gabriel Rossetti, Edward Fitzgerald, Walter Pater, Alfred Tennyson y John Ruskin.

Su otro hermano, E.F. Benson, escribió prolíficamente y pasó a la posteridad sobre todo por sus novelas satíricas Mapp y Lucia, adaptadas con éxito para la televisión.

Sin embargo, R.H. Benson no desmerecería de sus hermanos mayores. Antes de morir a la trágicamente corta edad de 43 años, escribiría quince novelas de gran éxito y, tras ser ordenado sacerdote católico en 1904, serviría como coadjutor en Cambridge, demostrando ser no menos popular como predicador vehemente de lo que ya era como escritor de ficción.

La imperfecta y la purificadora

La primera de las novelas de Benson, y la única que escribió siendo aún anglicano, fue La invisible luz, publicada en 1903 cuando se encontraba en medio de agónicas convulsiones de conversión espiritual. El libro está lleno de un emotivo misticismo:
una confesión de fe en medio de la confusión de la duda. Una vez
conquistada la claridad de la visión católica, Benson consideró su
primera novela teológicamente defectuosa.

En 1912, comentó que su popularidad posterior parecía estar determinada
por la denominación religiosa de quienes le leían. Era “bastante
significativo” que fuese popular entre los anglicanos, mientras que los
católicos le apreciaban “en mucha menor medida”: “La mayor parte de los
católicos, yo mismo entre ellos, piensan que Richard Raynal, Solitary está mucho mejor escrita y es mucho más religiosa” [1].

Richard Raynal, Solitary evoca con cautivadora belleza la profundidad espiritual de la vida inglesa antes de la ruptura de la Reforma.
Es una pequeña obra maestra en la que Benson entrelaza sin fisuras el
arte narrativo moderno con el caballeroso encanto de la Edad Media. A
modo de equivalente moderno de Las florecillas de San Francisco,
esta ingeniosa mezcla de lo moderno y lo medieval crea un héroe que
combina coraje y santidad en igual medida. Encontrándose como en casa a
principios del siglo XV en la Inglaterra de Richard Raynal y en la
presencia del original personaje del Maestro Richard, el lector disfruta
el tiempo pasado en compañía de este santo ermitaño para su divina
misión. Esto es literatura cristiana en lo que tiene de más hermoso y al mismo tiempo edificante y eficaz. Su poder es purgativo. Purga. Purifica. Renueva. En última instancia, muestra que las raíces de la novela están en Roma.

Señor del mundo 

Quizá la prueba más evidente del genio de Benson se encuentra en la facilidad con la que combinaba géneros literarios. Además de sus novelas históricas, también se sentía a gusto con novelas de planteamiento contemporáneo, como The Necromancers [Los nigromantes], una novela donde advierte sobre los peligros del espiritualismo, o con fantasías futuristas como Señor del Mundo. Esta última es auténticamente notable y merece situarse al lado de Un mundo feliz de Aldous Huxley y 1984 de
George Orwell como un clásico de la ficción distópica. De hecho, aunque
las obras maestras modernas de Huxley y Orwell merecen un mérito igual a
ella como obras literarias, son claramente inferiores como obras proféticas.
Las dictaduras políticas  que hicieron de la novela-pesadilla de Orwell
un poderoso presagio ya son historia. Hoy, su fábula de mal agüero
sirve solo como un oportuno recordatorio de lo que fue y puede volver a
ser, si no se hace caso a los avisos de la historia. Por el contrario, la novela-pesadilla de Benson se está verificando ante nuestros ojos.

En el mundo descrito en Señor del Mundo, un insidioso secularismo y un humanismo sin Dios han triunfado sobre la religión y la moralidad tradicional. Es un mundo donde el relativismo filosófico ha triunfado sobre la objetividad; un mundo donde, en nombre de la tolerancia,
no se tolera la doctrina religiosa. Es un mundo donde la eutanasia se
practica ampliamente y la religión apenas se practica. El señor de este
mundo de pesadilla es un político de apariencia benéfica decidido a
alcanzar el poder en nombre de la “paz” y decidido a destruir la religión
en nombre de la “verdad”. En semejante mundo, solo una Iglesia pequeña y
desafiante se mentiene de pie contra el demoniaco “Señor del Mundo”.

Knox, Benson y Chesterton

Si la producción literaria de Benson abarca temas variados de ficción
(históricos, contemporáneos y futuristas), también hizo incursiones en
otras áreas con consumada facilidad. Sus Poemas, publicados
póstumamente, despliegan una espiritualidad profunda y anhelante,
formalmente expresada en una fe de raíces firmes, aunque en ocasiones
desecadas. Esa misma espiritualidad profunda y seca era evidente en Spiritual Letters to one of his Converts,
publicada también póstumamente, que ofrece una perspectiva atormentada
sobre una inteligencia profunda. Una serie de sermones predicados en
Roma en la Semana Santa de 1913 y luego publicadas como The Paradoxes of Catholicism
ilustra por qué Benson era tan popular como predicador, atrayendo
grandes audiencias a cualquier lugar donde hablase. Particularmente
notable es la magistral Confesiones de un converso, al nivel de la Apologia pro Vita Sua de John Henry Newman y A Spiritual Aeneid de Ronald Knox como un clásico intemporal en la literatura de conversión.

En Una Eneida espiritual, Knox confesaba francamente que la influencia de Benson fue crucial en su propia conversión: “Siempre le miré como el guía que me había conducido a la verdad católica. En aquel entonces yo no sabía que él solía rezar por mi conversión” [2]. La otra gran influencia en la conversión de Knox fue G.K. Chesterton, así que no es una sorpresa que Benson fuese un gran admirador de Chesterton. El jesuita C.C. Martindale, biógrafo de Benson, él mismo un converso, escribió que los Papers of a Pariah
de Benson era “noticiable” por sus “características chestertonianas”:
“El Sr. G.K. Chesterton nunca se cansa de decirnos que no vemos aquello
que miramos, que el único planeta por descubrir es nuestra Tierra… y
Benson leyó mucho de Mr. Chesterton y le gustaba de una forma especial”
[3].

Una prueba ulterior de la influencia de Chesteriton sobre Benson es la admiración de Benson por el Herejes de Chesterton. “¿Ha leído usted -preguntaba a un corresponsal suyo en 1905- un libro de G.K. Chesterton titulado Herejes?
Si no, mire a ver qué impresión le causa. A mí me parece que su
espíritu subyacente es espléndido. No es católico, pero tiene ese
espíritu… Hacía tiempo que no me conmovía tanto… Es un auténtico
místico, de una especie rara” [4]. Chesterton no era católico en 1905,
pero Herejes fue la primera prueba clara, como afirma Benson, de que “tenía ese espíritu”.

La gran novela de la persecución anticatólica… y una historia de amor 

En Come Rack! Come Rope! [¡Venga el potro! ¡Venga la soga!],
publicada por primera vez en 1912, todo el periodo de la Reforma
Inglesa toma vida espeluznante. El lector, si se deja llevar, se verá
transportado a finales del siglo XVI, enganchándole el terror y la tensión de la época
con tanta fuerza como enganchan los personajes principales, que dan
testimonio de su fe con valentía en un entorno hostil y mortal. Según el
jesuita Philip Caraman, la novela “se convirtió
rápidamente en un clásico católico” y sigue siendo “quizá la mejor
conocida” de las novelas de Benson [5].

La inspiración para la novela le vino de la historia de la familia Fitzherbert en Forgotten Shrines [Santuarios olvidados, una breve historia de algunas mansiones familiares católicas durante la persecución], de Dom Bede Camm,
publicado en 1911, y de la propia visita que hizo Benson ese mismo año a
la casa Fitzherbert en Derbyshire, donde predicó en la peregrinación
anual en honor del Beato Nicholas Garlick y el Beato Robert Ludlam,
sacerdotes católicos mártires ejecutados en 1588. De la sangre de estos
mártires vino la semilla de la historia de Benson. El título de la
novela está tomado de la famosa promesa de San Edmundo Campion de que permanecería firme “ya venga el potro, ya venga la soga”. Campion fue ejecutado en 1581.

En cuanto a su exactitud histórica, las opiniones parecen divididas. El
padre Caraman escribió que Benson “había sido lo más fiel posible a sus
fuentes” [6] y Hugh Ross Williamson destacó que los
“personajes inventados” de Benson fueron creados “en el ámbito de la
verdad conocida, dejándonos pensar, correctamente, que podrían haber
vivido y actuado como Benson les hace vivir y actuar”.

Williamson continúa: “Toda la época se hace viva, y si algún lector
objetase que este cuadro de la Inglaterra católica bajo el Terror
Isabelino sabe un poco a melodrama, está la propia respuesta
incuestionable del autor: ‘Si el libro es demasiado sensacionalista, no
es más sensacionalista que la vida misma de la gente de Derbyshire entre
1579 y 1588” [7].

Por el contrario, Hilaire Belloc
se permitió discrepar. Aunque era, en su mayor parte, una gran
admirador de la obra de Benson, y escribió en una ocasión que creía que
Benson “sería el hombre que escribiría algún día un libro para darnos
cierta idea de lo que pasó en Inglaterra entre 1520 y 1560” [8], Belloc
se quejaba de que la descripción de la vida diaria en Come Rack! Come Rope! era inexacta, parecida a la del siglo XVIII, no a la del siglo XVI.

Dejando de lado estas diferencias, la novela es, en cualquier caso, mucho más que mera ficción histórica. Es una gran novela, una gran historia de amor.
Es una historia que muestra el misterio de Roma y la verdadera grandeza
del amor noble y sacrificado entre un hombre y una mujer. El amor entre
Robin y Marjorie, los dos principales protagonistas, es un amor mucho
mayor que el de Romeo y Julieta. Su amor recíproco no tiene nada de la
posesividad de los “amantes desdichados” de Shakespeare y tiene toda la
pureza y la pasión de la Cordelia de El Rey Lear. Solo como historia de amor, Come Rack! Come Rope! ya merece un lugara en el canon literario.

En cuanto al clímax de la novela, hay que estar de acuerdo con Hugh Ross
Williamson en que “es imposible no conmoverse con el último capítulo”
[9]. Por su fuerza y conmoción, el clímax de la novela es comparable en
estatura literaria con los trascendentales momentos finales de Lord
Marchmain en la obra maestra de Waugh Retorno a Brideshead. Y si el final de Benson carece de la sutileza del desenlace de Waugh, le gana sin embargo en tensión dramática.

AVISO SPOILERSi no has leído Retorno a Brideshead, de Evelyn Waugh, ni visto la serie de televisión, pero piensas hacer una de las dos cosas, ¡no veas esta escena!

¿Por qué, se pregunta uno, esta mini-obra maestra de Benson, que soporta la comparación con las obras de Waugh,
sigue siendo tan desconocida? Uno sospecha que tiene mucho que ver con
los tiempos tristes y apesadumbrados, pecadores y cínicos que vivimos.
En tiempos más saludables, por los que debemos rezar y en los que
podemos esperar, será considerada como el pequeño clásico que es.
Entretanto, en los días oscuros en los que nos encontramos, deberíamos
dar gracias de que editores dinámicos como Cluny Media
lleven esta obra significativa e importante a una nueva generación de
lectores. También podemos esperar que su autor, tanto tiempo olvidado,
volverá a figurar entre las estrellas del firmamento literario, con su
estrella de nuevo ascendente.

Traducción de Carmelo López-Arias.

NOTAS

[1] Robert Hugh Benson, Confessions of a Convert, Sevenoaks, Kent: Fisher Press, 1991 edn., p. 52.

[2] Ronald Knox, A Spiritual Aeneid, London: Burns Oates, 1958 edn., p. 161.

[3] C. C. Martindale, The Life of Monsignor Robert Hugh Benson, Vol. Two, London: Longmans, Green & Co., 1916, p. 90.

[4] Ibid.

[5] Philip Caraman, S.J., prólogo a R. H. Benson, Come Rack! Come Rope!, Long Prairie, MN: Neumann Press, 1995 end., p. v.

[6] Ibid., p. vi.

[7] Hugh Ross Williamson, introducción a R. H. Benson, Come Rack! Come Rope!, London: Burns & Oates, 1959 edn., p. 6.

[8] Martindale, op. cit., p. 45.

[9] Williamson, op. cit., p. 5.