Monseñor Barrio presidió en los Carmelos de A Coruña y Santiago los actos de Apertura del V Centenario de Santa Teresa

El arzobispo compostelano convoca a “todos los diocesanos” a aprovechar “este acontecimiento espiritual”

El arzobispo de Santiago de Compostela, monseñor Julián Barrio, presidió hoy sendas Eucaristías en los Carmelos de A Coruña y Santiago, con motivo de la apertura del Año Jubilar Teresiano, en el que se conmemora el V Centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia. En su homilía, el arzobispo compostelano dijo que “con afecto filial damos gracias al Papa Francisco por habernos concedido este Año Jubilar” y convocó “a todos los diocesanos para que aprovechemos este acontecimiento espiritual, abriendo la puerta de nuestro corazón a Cristo”.

Monseñor Barrio explicó que “con ánimo confiado y sosegado, se alegra la Iglesia en España, la Orden Carmelita y nuestra Diócesis porque hoy se anuncia este Año de Gracia del Señor, que nos llama a avivar la conciencia de nuestra vocación a la santidad y a no frustrar la gracia de la salvación en nuestras vidas. No podemos conformarnos con hacer algunas buenas obras, el Señor nos pide un obrar “desde la bondad” que tiene su raíz en la fuerza del Espíritu que se derrama como don de amor para nuestra existencia. No nos cansemos de hacer el bien”.

El arzobispo compostelano resaltó las cualidades humanas y espirituales de anta Teresa de Ávila y dijo de ella que era mujer “de recio temple y ardiente corazón, débil ante el cariño, invencible cara a la adversidad”.

En la Archidiócesis compostelana los lugares donde se podrán alcanzar las gracias jubilares son: en A Coruña, la Colegiata, el Convento de las Carmelitas de Eirís y la Parroquia de Santa Teresa; en Santiago, la Catedral y el Convento de las Carmelitas; y en Pontevedra, la Real Basílica de Santa María la Mayor. En este último templo, el vicario episcopal para Pontevedra, Calixto Cobo, presidió también ayer una Eucaristía de inicio del año teresiano. Las indulgencias plenarias de la pena temporal por los propios pecados y en sufragio por los difuntos se podrán ganar con las condiciones acostumbradas, es decir, confesándose, comulgando y orando por el Papa y sus intenciones en los lugares antes señalados.

Santa Teresa de Jesús, también conocida como Santa Teresa de Ávila, es una de las mujeres más importantes en la historia de España y, sin duda alguna, uno de los grandes referentes de la Iglesia en el mundo. A esta doctora de la Iglesia se la recuerda, entre otras muchas razones, por ser la gran reformadora de las carmelitas descalzas, dentro de la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo. En tan sólo unos meses se cumplirán los quinientos años de su nacimiento, ocurrido en una pequeña localidad de Ávila el 28 de marzo de 1515.

HOMILÍA DE MONSEÑOR JULIÁN BARRIO

Proclamamos con gozo el comienzo de este Año Jubilar Teresiano, en el V centenario del nacimiento de Santa Teresa, recordando que Dios Padre muestra cada día su amor por toda criatura humana, llamándonos a la conversión. Con ánimo confiado y sosegado, se alegra la Iglesia en España, la Orden Carmelita y nuestra Diócesis porque hoy se anuncia este Año de Gracia del Señor, que nos llama a avivar la conciencia de nuestra vocación a la santidad y a no frustrar la gracia de la salvación en nuestras vidas. No podemos conformarnos con hacer algunas buenas obras, el Señor nos pide un obrar “desde la bondad” que tiene su raíz en la fuerza del Espíritu que se derrama como don de amor para nuestra existencia. No nos cansemos de hacer el bien aunque a veces oigamos que si eres bueno te comen. Discernir nuestras actitudes a la luz de la Palabra de Dios para responder a las verdaderas preguntas ha de ser nuestra inquietud espiritual, teniendo como referente a Santa Teresa de Ávila que decía: “Vuestra soy. Para Vos nací. ¿Qué mandáis hacer de mí?”. 

Nos dice el Papa: “En la escuela de la santa andariega aprendemos a ser peregrinos… Ella entendió su vida como camino de perfección por el que Dios conduce al hombre, morada tras morada, hasta Él, y al mismo tiempo lo pone en marcha hacia los hombres”. “Recorrer el camino de la perfección y encender en nosotros el  deseo de la verdadera santidad”, nos exige el desasimiento de las cosas del mundo, la pobreza, la consideración adecuada de las cosas terrenas, la humildad y la conformación con la voluntad de Dios, vivida con una actitud alegre con la alegría que brota de mirar al Crucificado y buscar al Resucitado. “El Evangelio no es una bolsa de plomo que se arrastra pesadamente, sino una fuente de gozo que llena de Dios el corazón y lo impulsa a servir a los hombres”, escribe el Papa. Con una actitud orante, sabiendo que oración es como “un tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama”. Con una actitud fraterna que implica “amarse mucho unos a otros, desasirse de todo y verdadera humildad”. Y sin lamentarnos de nuestro tiempo, haciendo una lectura creyente de la realidad. “Para hacer Dios grandes mercedes a quien le sirve siempre es tiempo”. 

Esta es “la sabiduría divina que no se puede comparar con las piedras preciosas porque todo el oro ante ella es un grano de arena y como el lodo es la plata ante ella” (Sap 7,9). Con esta sabiduría la  Santa Madre descubrió el primado de Dios en todo: “Yo toda me entregué y di, y de tal suerte he trocado. Que mi amado es para mi. Y yo soy para mi Amado”. Por eso pudo decir: “Quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta”. Este convencimiento le lleva a vivir la obediencia filial a la voluntad de Dios en ese don constante de si misma. Su alma no se contentaba con menos que Dios. Sabía que “en lo que está la suma perfección, claro está que no es en regalos interiores ni en grandes arrobamientos ni visiones ni en espíritu de profecía; sino en estar nuestra voluntad tan conforme con la de Dios, que ninguna cosa entendamos que quiere, que no la queramos con toda nuestra voluntad”. 

Mujer “de recio temple y ardiente corazón, débil ante el cariño, invencible cara a la adversidad”, fue dejándose configurar por la fuerza del Espíritu, “que viene en ayuda de nuestra flaqueza” (Rom 8,26-27). En este Espíritu hemos de entender las palabras del Señor: “El que tenga sed que venga a mi y beba”. Él es el agua que purifica, que apaga la sed en el largo camino de nuestro peregrinar, en esos mediodías donde los sofocos agostan nuestro espíritu. “El que beba del agua que yo le daré no tendrá jamás sed, el agua que yo le dé se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna” (Jn 4,13-14)). El significado de estas palabras es tan profundo y la fuerza de las mismas es tan grande que la samaritana se siente liberada, olvidando su pasado en la alegría de haber descubierto a Cristo. Tenemos sed de Dios. El caudal de gracia de este Año Jubilar ha de empapar el seco jardín de nuestro corazón.

Jesús nos ofrece el agua de su Verdad, de su amor fiel, de su amistad y de una felicidad que llega hasta la vida eterna y da sentido a cualquier otra alegría legítima. Con Cristo todo lo podemos: “Bien veo yo, mi Señor, lo poco que puedo. Pero llegada a Vos, subida a esa atalaya donde se ven las verdades, no os apartando Vos de mí, todo lo podré”. Es necesario dejar a sus pies el cántaro de nuestras fatigas diarias para anunciar lo que hemos vivido en el encuentro con El. Así lo entendió la Santa Madre por eso irradiaba amor y bondad. Quien piensa con Dios, piensa bien; y quien habla con Dios, habla bien, tiene criterios de juicio válidos para todas las cosas del mundo, se hace sabio, prudente y, al mismo tiempo, bueno; también se hace fuerte y valiente, con la fuerza de Dios, que resiste al mal y promueve el bien en el mundo. 

Con afecto filial damos gracias al Papa Francisco por habernos concedido este Año Jubilar. Convoco a todos los diocesanos para que aprovechemos este acontecimiento espiritual, abriendo la puerta de nuestro corazón a Cristo. Pidamos cantar eternamente las misericordias del Señor con Santa Teresa de Ávila y glorifiquemos a nuestro Señor Jesucristo, con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.