Monseñor Barrio anima a los nuevos sacerdotes a ser “a voz de que non ten voz”

“O sacerdote é a voz de quen non ten voz: os pequenos, os pobres, os anciáns, os oprimidos, marxinados, o guía da porción do Pobo, que lle foi confiada, o pastor dunha comunidade formada por persoas que cada unha ten un nome, a súa historia, o seu destino, o seu secreto. Non vos humilledes ante os poderosos, inclinádevos ante os pobres e pequenos. Amigos, se os ideais son altos e o camiño difícil, as incomprensións son moitas, pero o podemos todo grazas a Quen nos fai fortes”. Así se expresó hoy el arzobispo de Santiago de Compostela, monseñor Julián Barrio, en la ceremonia de ordenación de dos nuevos sacerdotes y un diácono que tuvo lugar en la Catedral de Santiago. Desde hoy, la Archidiócesis compostelana cuenta con dos nuevos presbíteros, Ruben Budiño Carreira y Santiago Fernández González; y un nuevo diácono, Simón Lemiña Cores. En su homilía, monseñor Barrio también pidió a los laicos que fuesen “conscientes do gran don que os sacerdotes son para a Igrexa e para a sociedade. Sabede agradecer a Deus, e sobre todo estade próximos aos vosos sacerdotes coa oración e co apoio, especialmente nas dificultades, para que sexan cada vez máis Pastores segundo o corazón de Deus”.

Con una cuidada liturgia y con una música escogida, la Catedral fue hoy escenario de la imposición de las Órdenes Sagradas, una ceremonia presidida por el arzobispo, monseñor Barrio, en la que también estuvo presente el obispo auxiliar, monseñor Jesús Fernández González. “El sacerdote no se pertenece a sí mismo”, comentó el arzobispo compostelano en su homilía, “no vive para sí y no busca lo que es suyo sino lo que es de Cristo. El sacerdocio no es un oficio u una obligación, sino un Don, acogido con temor y humildad”.

En sus palabras, monseñor Barrio animó a los nuevos sacerdotes y al nuevo diácono a trabajar con sensibilidad y atención especial a los más necesitados de la sociedad, con espíritu de generosidad y entrega.

El Seminario Mayor preparó a lo largo de las últimas semanas esta ceremonia y la vigilia del pasado viernes para rezar por el ministerio y las tareas apostólicas de los dos nuevos sacerdotes y el diácono que hoy fueron ordenados. Rubén Budiño es originario de la parroquia de Santiago de Arzúa, mientras que Santiago Fernández es natural de Santa María de Turces (Touro) y Simón Lemiña procede de San Cipriano de Vilanova de Arousa.

Homilía de monseñor Barrio

Mi saludo y felicitación cordial a vosotros, queridos ordenandos, a vuestra familia y a vuestros amigos y conocidos. Mi gratitud al Sr. Rector, Formadores, Profesores, Sacerdotes, Miembros de Vida Consagrada y Laicos que os han acompañado con el testimonio de su fe, con la ciencia de sus conocimientos y con la bondad de su virtud.

Esta tarde, en espíritu de oración, ordenaré a estos hermanos nuestros, a uno diácono y a otros presbíteros, para que cooperen en la edificación del Reino de Dios. Las lecturas proclamadas nos hablan de que Dios escoge tres personas para ser proclamadores de su palabra: un profeta desterrado, un carpintero, hijo de María, y a alguien que presume de sus debilidades. Ezequiel tiene una difícil misión entre sus connacionales. Jesús experimenta el rechazo de sus conciudadanos y Pablo encuentra dificultades de todo género en su predicación. Es un referente, queridos ordenandos, en la misión que se os confía al comprobar con cuanta fatiga se abre camino la verdad entre los hombres. Los paisanos de Jesús no pueden menos de asombrarse ante su enseñanza. No comprenden de donde saca todo eso. La sabiduría, el poder, los milagros de Jesús les superan y así lo confiesan. Pero no quieren admitirlo y se justifican diciendo que conocen a su familia y también su vida anterior entre ellos. Jesús generaliza esta objeción y la extiende al destino de todo profeta en su tierra, entre sus parientes y en su propia familia. Quien mantiene este prejuicio no puede ser agraciado con ninguna curación, que ciertamente presupone la fe confiada en Jesús. Dios envía al profeta Ezequiel a los testarudos, a los obstinados, a los que se han rebelado contra Dios. “A ellos te envío” para proclamar mi Palabra. No importa el éxito o el fracaso. Esto no afecta a la misión. En todo caso, hay que ser conscientes como Pablo de que cuando somos débiles, entonces somos fuertes. El enigma del designio divino se aclara en el destino universal de Jesús que determina también el de sus seguidores. La gracia demuestra su fuerza en la debilidad. La cruz es la fuerza de Cristo. Y a partir de ella decimos: “Cuando soy débil –maltratado, perseguido, incomprendido- entonces soy fuerte; el destino victorioso de Cristo produce también su efecto en mí”.

Querido Simón, candidato al Diaconado, el ministerio diaconal ha de configurar tu estilo de vida imitando a Cristo, el siervo humilde y paciente que toma sobre si mismo el pecado y la miseria humana, y que vino a servir. Tu misión es proclamar la Palabra de Dios y ser ministros de la caridad, viviendo la castidad en el celibato, valor inestimable para la adecuada relación pastoral con los fieles, que debe basarse en la responsabilidad del ministerio. El Señor te confiere una misión acompañada de su gracia para realizarla, te compromete a ayudar a los demás, pues muchos sufren cansancios más duros que los tuyos. Dedica tiempo y diáloga con quienes están en las cunetas de la existencia. Y no pongas en las espaldas de los otros tus sacos de disgustos, rebeldías y enfados. Déjate cargar con las penas y dolores de los demás.

Queridos Rubén y Santiago, candidatos al presbiterado, tended siempre hacia la perfección. La finura espiritual evitará que os convirtáis en burócratas de la pastoral. El sacerdote no se pertenece a sí mismo, no vive para sí y no busca lo que es suyo sino lo que es de Cristo. El sacerdocio no es un oficio u una obligación, sino un Don, acogido con temor y humildad. No lo convirtáis en un mérito o en una carga. Este tesoro os otorga la facultad de decir y hacer aquello que sólo el Hijo de Dios, puede decir y hacer en verdad. Esta conciencia os ayudará a descubrir que la gracia recibida es “una superabundancia de misericordia”, pues Cristo nos llama al sacerdocio, aun sabiendo que somos pecadores. No han sido ni nuestros meritos, ni nuestro esfuerzo, ni nuestros aciertos, lo que justifican o explican la donación de la gracia del ministerio sacerdotal. Esto fascina y estremece. Imitad el ejemplo del Buen Pastor, que ha venido para salvar lo que estaba perdido.

Queridos sacerdotes, proclamemos aquela Palabra de Deus que recibimos con alegría, para crer aquilo que limos, para ensinar o que aprendemos na fe, e para vivir o que ensinamos. A Palabra de Deus non é propiedade nosa. E a Igrexa é a que a custodia. A Igrexa é capaz de resistir a todos os ataques, a todos os asaltos que se poden desencadear contra ela, pero non resiste ao perigo que provén do esquecer que «nós somos o sal da terra, somos a luz do mundo». O mesmo Xesús indica la consecuencia de este esquecemento: «Se o sal se volve insulso, ¿cómo se preservará o mundo da corrupción?» (cfr. Mt 5,13-14). «Non vos axustedes ó mundo presente», escribe Paulo (Rm 12,2). O sacerdote é a voz de quen non ten voz: os pequenos, os pobres, os anciáns, os oprimidos, marxinados, o guía da porción do Pobo, que lle foi confiada, o pastor dunha comunidade formada por persoas que cada unha ten un nome, a súa historia, o seu destino, o seu secreto. Non vos humilledes ante os poderosos, inclinádevos ante os pobres e pequenos. Amigos, se os ideais son altos e o camiño difícil, as incomprensións son moitas, pero o podemos todo grazas a Quen nos fai fortes (cfr. Flp 4,13).

Queridos laicos, “sede conscientes do gran don que os sacerdotes son para a Igrexa e para a sociedade. Sabede agradecer a Deus, e sobre todo estade próximos aos vosos sacerdotes coa oración e co apoio, especialmente nas dificultades, para que sexan cada vez máis Pastores segundo o corazón de Deus”. Co patrocinio do apóstolo Santiago e a intercesión de Nosa Nai María, encoméndovos a vós e ao voso ministerio, pedindo que o Señor vos axude a servir á Igrexa que traballa no mundo para a salvación da humanidade. Amén.