El miedo tiene una función concreta en nuestra vida: alertar frente
al peligro, por lo que no debe valorarse negativamente ya que es una
ayuda ante las situaciones que nos desbordan, como la actual pandemia.
Cuando somos incapaces de controlar la situación, cuando nos sentimos
frágiles, vulnerables, se hace si cabe más necesario el “ser
acompañados”; y en estas circunstancias, como señala José Carlos
Bermejo, en su artículo “Del miedo a la esperanza”acompañar “implica compartir información, soporte emocional, presencia significativa y compasiva, mirada trascendente y espiritual”.
Y frente al miedo, se hace también necesario cultivar la esperanza.
La esperanza de curarse, la de ser cuidado, la de ser acompañado,… Y la
esperanza, que se caracteriza por la confianza, se puede (y se debe)
aprender en momentos difíciles como los presentes.
Como afirma Bermejo en el citado artículo: “La confianza propia
de la esperanza no habrá de ser ingenua, pero tampoco la mirada negativa
y no posibilista habrá de ser la que gobierna. La esperanza no tiene
certeza de que todo irá bien, sino confianza en que la realidad puede
tener un sentido.
En el mito de Pandora, la esperanza es la única que no sale de la
caja al ser abierta por la curiosidad. Por eso se convirtió en un
dicho: “la esperanza es la última que se pierde”.
Aprendamos, pues, a tener esperanza y a compartirla.
Mª Jesús Rodríguez Miguez.
Voluntaria del Centro Diocesano de Escucha San Camilo
Archidiócesis de Santiago de Compostela
pastoralsantiago.es
Foto: Miguel Castaño