Mensaje de la C. E. de Pastoral Social ante la Jornada mundial de oración por el cuidado de la creación 2018

El 1 de septiembre se celebra la Jornada Mundial de oración por el cuidado de la creación. Con este motivo, la Comisión Episcopal de Pastoral Social hace público un mensaje en el que recuerda que el agua y la energía son dos pilares básicos de la Casa Común.


Agua y energía: dos pilares básicos de la Casa Común


MENSAJE ANTE LA JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN

POR EL CUIDADO DE LA CREACIÓN

 (1 de septiembre de 2018)



El Papa Francisco nos ha recordado en su encíclica Laudato si’: sobre el cuidado de la casa común,
que “el agua es un recurso escaso e indispensable y es un derecho
fundamental que condiciona el ejercicio de otros derechos humanos” (LS
148), alertando al mismo tiempo de “la inequidad en la disponibilidad y
el consumo de energía” (LS 46). El acceso a la energía y al agua potable
–dos bienes fundamentales para el desarrollo de toda vida humana-
constituyen, por tanto, derechos humanos fundamentales y pilares básicos
del bien común.


Apoyados en los estudios científicos más recientes, somos conscientes
de “la posibilidad de sufrir una escasez aguda de agua dentro de pocas
décadas si no se actúa con urgencia. Los impactos ambientales podrían
afectar a miles de millones de personas” (LS 31). Por otro lado, el
problema de la contaminación y del cambio climático hace “urgente e
imperioso el desarrollo de políticas para que en los próximos años la
emisión de dióxido de carbono y de otros gases altamente contaminantes
sea reducida drásticamente, por ejemplo, reemplazando la utilización de
combustibles fósiles y desarrollando fuentes de energía renovable. En el
mundo hay un nivel exiguo de acceso a energías limpias y renovables”
(LS 26). Así lo reconoció también la comunidad internacional el año 2015
al elaborar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) recogidos en
la Agenda 2030[1].


La realidad de nuestro país


En nuestro país el acceso a la energía es universal. Sin embargo, en
los últimos años se ha constatado que un número creciente de hogares
corren el riesgo no poder costear su elevado precio, cayendo en una
situación de lo que se llama pobreza energética. Los
principales estudios realizados para España coinciden en encontrar un
mínimo de un 8-9% de hogares (que son más de 6 millones de personas) que
sufren esta pobreza energética, que en una primera aproximación puede
definirse como la incapacidad de un hogar de hacer frente al coste de
sus necesidades energéticas básicas[2].


El acceso al agua potable es también universal, aunque los problemas
en torno a la distribución de un recurso escaso y repartido de forma tan
desigual a lo largo del territorio resultan fuente de no pocos
conflictos interregionales e ideológicos. Estos conflictos emergen
periódicamente -especialmente durante periodos de sequía prolongada- e
invitan a adoptar una visión integral del problema, así como avanzar
hacia un pacto nacional del agua que permita establecer una gestión
eficiente y justa y que responda al bien común.


Ante la enorme complejidad económica, técnica y política que ambos
retos plantean a la comunidad internacional y a los diversos gobiernos
nacionales y regionales, resulta legítimo plantearse la contribución que
la Iglesia católica y las comunidades cristianas  pueden aportar al
cuidado de la Casa Común.


El acercamiento al agua y la energía desde la perspectiva de la ecología integral


La larga reflexión eclesial sobre ambas cuestiones puede resultar de
gran valor a la hora de plantear alternativas respecto a estas dos
cuestiones. La comunidad cristiana, a quien nada de lo humano le resulta
ajeno, descubre en la centenaria tradición de la Doctrina Social de la
Iglesia un rico tesoro que puede iluminar las difíciles cuestiones que
plantea el acceso al agua y a la energía, así como para facilitar
posibles caminos que permitan resolver los conflictos que se generan.
Estas contribuciones no son de tipo técnico o político, sino más bien de
orden cultural, ético y espiritual.


  1. La llamada a la solidaridad y a la sobriedad


Uno de los rasgos que ha caracterizado la contribución eclesial a las
problemáticas relacionadas con la sostenibilidad es la llamada a la
solidaridad y a la sobriedad. Benedicto XVI nos recordó que el reto de
ofrecer energía limpia para todos no es sólo tecnológico y político, es
también cultural y ético: «es necesario que las sociedades
tecnológicamente avanzadas estén dispuestas a favorecer comportamientos
caracterizados por la sobriedad, disminuyendo el propio consumo de
energía y mejorando las condiciones de su uso»[3].

 Francisco ha reafirmado la llamada al ahorro de su predecesor,
recordando al mismo tiempo el imperativo moral de la solidaridad: “Es
necesario que los países desarrollados contribuyan a resolver esta deuda
limitando de manera importante el consumo de energía no renovable y
aportando recursos a los países más necesitados para apoyar políticas y
programas de desarrollo sostenible” (LS 52).


Respecto al agua, los grandes principios éticos del pensamiento
social cristiano son igualmente válidos: “La Santa Sede, por tanto,
reitera la importancia de la moderación en el consumo, invoca la
responsabilidad de los gobiernos, empresas y particulares. Esta
sobriedad se apoya en valores como el altruismo, la solidaridad y la
justicia”[4].


  1. La atención a los más pobres, la defensa de los derechos humanos y la denuncia de la injusticia.


La denuncia de la injusticia, junto a la llamada a la solidaridad y
la sobriedad, constituye otro de los elementos distintivos de la
contribución eclesial al debate contemporáneo de la sostenibilidad. San
Juan Pablo II vislumbró ya una de las razones principales por las que la
Iglesia ha tomado conciencia de esta urgencia ética: “En nuestros días
aumenta cada vez más la convicción de que la paz mundial está amenazada,
además de la carrera armamentista, por los conflictos regionales y las
injusticias aún existentes en los pueblos y entre las naciones, así como
por la falta del debido respeto a la naturaleza, la explotación
desordenada de sus recursos y el deterioro progresivo de la calidad de
la vida”[5].


En el caso del agua, cuando el acceso o la calidad se ven limitados,
nos encontramos ante una seria carencia para el desarrollo de la
persona: “el acceso al agua potable y segura es un derecho humano
básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de
las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás
derechos humanos. Este mundo tiene una grave deuda social con los
pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el
derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable.” (LS 30). En un
sentido similar, en el caso del acceso a la energía, los obispos
norteamericanos nos recordaron ya en 1981 que “ninguna política
energética es aceptable si no aborda adecuadamente las necesidades
básicas”[6].
Tanto la pobreza energética como el acceso deficiente al agua potable
suponen dos casos flagrantes de violación de los derechos humanos ante
los que los cristianos no podemos permanecer indiferentes.


  1. El redescubrimiento del sentido de la creación, más allá del uso instrumental de los recursos naturales


La Iglesia, en su acercamiento a las cuestiones medioambientales,
siempre ha invitado a trascender los análisis meramente económicos y los
cálculos políticos para ser capaces de apreciar el valor intrínseco,
más allá de su uso instrumental, de los recursos naturales  que
disponemos. El papa Francisco nos invita a redescubrir que “nuestro
propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es
el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura” (LS 2). E
igualmente nos remite al alcance de elementos de la creación en los
Sacramentos: “Los Sacramentos son un modo privilegiado de cómo la
naturaleza es asumida por Dios y se convierte en mediación de la vida
sobrenatural. A través del culto somos invitados a abrazar el mundo en
un nivel distinto. El agua, el aceite, el fuego y los colores son
asumidos con toda su fuerza simbólica y se incorporan en la alabanza”
(LS 235).


La dependencia del ser humano respecto del agua y la energía para
poder vivir dignamente nos recuerda no sólo nuestro origen y nuestra
estrecha vinculación a la creación, sino algo todavía más profundo: el
carácter relacional de toda nuestra existencia. El Compendio de la
Doctrina Social de la Iglesia lo formuló magníficamente: “La relación
del hombre con el mundo es un elemento constitutivo de la identidad
humana. Se trata de una relación que nace como fruto de la unión,
todavía más profunda, del hombre con Dios. El Señor ha querido a la
persona humana como su interlocutor: sólo en el diálogo con Dios la
criatura humana encuentra la propia verdad, en la que halla inspiración y
normas para proyectar el futuro del mundo, un jardín que Dios le ha
dado para que sea cultivado y custodiado (cf. Gn 2,15)”[7].
Ser cuidador y custodio de la creación se convierte, por tanto, en la
tarea principal que Dios encomienda al hombre; una tarea que requiere de
una sólida formación y de una sensibilidad sacramental, pero también de
una imprescindible conformación de hábitos y comportamientos. En esta
tarea también la Iglesia puede realizar una valiosa contribución.


  1. La importancia de la labor educativa, la transformación cultural y la espiritualidad


“El problema del agua es en parte una cuestión educativa y cultural”
(LS 30). Francisco, con esta afirmación, profundiza sobre la importancia
de la educación –a todos los niveles: formal e informal, familiar y
social- como factor clave para alcanzar la sostenibilidad y para
posibilitar la transformación cultural.


Es necesaria una labor educativa en relación con el uso y
distribución de la energía. Como cristianos debemos ofrecer “nuevos
patrones de conducta basados en la justicia, la responsabilidad, el
altruismo, la subsidiariedad y la concepción del desarrollo integral de
los pueblos orientado al bien común”[8].
Y no sólo debe ser una propuesta, estos grandes principios éticos
requieren a su vez, para su plena adopción e interiorización, una
“educación ética” e, incluso, una vivencia espiritual que alimente y
sostenga el compromiso ético: “La educación ambiental debería
disponernos a dar ese salto hacia el Misterio, desde donde una ética
ecológica adquiere su sentido más hondo” (LS 210). En este sentido, las
comunidades cristianas, parroquias y comunidades educativas, debemos
comprometernos en una mayor vivencia espiritual de la Casa Común, y en
una educación para la sostenibilidad. Su concreción pastoral ya va
teniendo muchas realizaciones destacando la importancia de las acciones
de la red educativa secundaria y universitaria.


Conclusión


 La Iglesia Católica no puede permanecer indiferente
ante las necesidades de tantas personas que sufren la pobreza
energética y la escasez de agua. En esta Jornada Mundial de Oración por
el cuidado de la creación nos unimos a todos los cristianos y personas
de buena voluntad que trabajan por el bien común de la familia humana
dando gracias por el don de la vida y por la creación. Nos comprometemos
igualmente a trabajar por la justicia, la paz y la reconciliación entre
los pueblos y con la creación. Ojalá nuestra oración y nuestro trabajo
nos ayude a reconocer agradecidos la fuente de todo don, el Dios de
nuestro Señor Jesucristo, “creador de todo lo visible y lo invisible”.


Los obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

[1] En ella se aborda explícitamente la cuestión del agua (ODS 6 y 14) y de la energía (ODS 7).

[2]Universidad Pontificia Comillas ICAI-ICADE – Cátedra de Energía y
Pobreza (2018), http://www.comillas.edu/es/catedra-de-energia-y-pobreza

[3] Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2010, 9: AAS 102 (2010), 46

[4] Pontificio Consejo Justicia y Paz, El agua, un elemento esencial para la vida. Adoptar soluciones eficaces. Una actualización, Sexto Foro Mundial del Agua, Marsella 2012, p.15.

[5] Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz “Paz con
Dios creador, paz con toda la creación”, 1 de enero de 1990, 1.

[6] United States Conference of Catholic Bishops, Reflection on the Energy Crisis, Washington D.C. 1981, p.7.

[7] Pontificio Consejo Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 451.

[8] Pontificio Consejo Justicia y Paz, Energy, Justice, and Peace: A Reflection on Energy in the Current Context of Development and Environmental Protection, Vatican City 2014, 84.



Fuente: Conferencia Episcopal Española

pastoralsantiago.es