Naturaleza

Memoria: Más que lecciones, los recuerdos dan raíces

No le tengo miedo al futuro porque el pasado guardado me sostiene, me mantiene en pie, me alegra. Pase lo que pase, creo poder decir que he vivido, y hasta mis errores y torpezas embellecen mi pobreza

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Esta noche, como todas las noches, tiene algo mágico que asusta y conmueve a partes iguales. La noche con sus sombras inquieta. Recoge la luz de todo un día. Y guarda lo vivido como algo sagrado.

En la noche Dios me habla en sueños. Y el cansancio me invita a descansar. En la noche nace un Niño en un pesebre, en un portal, en Belén y muy pocos comprenden lo que sucede.

Es sólo una noche, el final de un día, el comienzo del siguiente y la vida sigue igual.

No quiero olvidar

Estoy tan acostumbrado a pasar la página de mi día. Es tan habitual ir olvidando lo que vivo a medida que pasa y lo guardo dentro del alma…

Es como si el sueño dejara de dibujar los contornos de lo amado, de lo entregado, de lo vivido. Me da miedo vivir pasando páginas y dejando que todas se consuman en un fuego extraño lleno de olvido.

Quisiera ser un maestro en sacar del pozo del recuerdo oleadas de sabiduría. Pero sé que lo que vivo nunca cae en saco roto.

Me importa vivir amando para grabar dentro de mí las experiencias más hondas, las que me han dado la vida. Que nunca llegue a olvidarlas.

Merece la pena vivir, amar, sentir. Merece la pena escribir una historia santa, digna de ser recordada.

Siempre es mejor recordar

Entre el olvido y el recuerdo elijo siempre hacer memoria. Incluso cuando al sacar de dentro del alma encuentro experiencias difíciles que casi siempre quiero olvidar.

Pero no puedo, justo esas no se olvidan. Caprichosa la memoria que guarda fielmente las heridas, los rencores, los agravios sufridos.

Pero en esta noche que es santa quiero recordar la bondad, la vida, la alegría, los abrazos, las palabras importantes, los silencios sagrados.

Quiero traerlos todos a la conciencia. Que no se me olvide nada. Ni la fecha, ni la hora, ni el momento del día, ni la luz que percibía dentro de mi pecho. Todo quiero retenerlo, es sagrado.

Los recuerdos me construyen

No para aprender de mi pasado. No es esa la idea. Sé que tengo una tendencia casi innata a repetir de forma obsesiva mis comportamientos torpes. Palabras dichas en el momento menos oportuno. Omisiones que me cuestan perder el momento para hacer algo importante.

No quiero recordar para aprender a vivir. Es más bien que los recuerdos me construyen, me sanan por dentro, me levantan. Son como las raíces sobre las que mi vida se asienta firme. Esos pilares que me identifican. Un bálsamo en el dolor.

Y en esta noche ante el Niño vengo con el alma llena de recuerdos. De historias vividas, y de otras que ahora vivo con la fuerza de un niño, con la pasión de un hombre.

No le tengo miedo al futuro porque el pasado guardado me sostiene, me mantiene en pie, me alegra. Pase lo que pase, creo poder decir que he vivido. Que mi vida ha merecido la pena y que hasta mis errores y torpezas embellecen mi pobreza.

No me guardo nada oculto dentro de mi alma. Todo lo pongo ante el Niño que sólo mira conmovido.

Son mis manos vacías las que más le impresionan. Porque hace falta tener paz en el alma para no traer nada ante el Niño. Solo mi vida, sólo yo y mi pobreza.

¿Es eso lo que Él quiere? Ya no lo sé con certeza, pero lo intuyo. Creo que sí, que sólo necesita esa memoria del alma que guarda lo vivido como un don sagrado.

Aceptar lo que soy

Sólo temo dejar de vivir con pasión la vida que me toca. Con alegría el presente. Con paz mirar la vida pasada. Soy el que soy fruto de mis decisiones y cada día es una segunda oportunidad que Dios me da para recomponer mi vida.

Quiero aceptarme tal y como soy, en mi pequeñez. Es lo más valioso que puedo entregarle al Niño en esta noche de olvidos y recuerdos.

En esta noche en la que todo comienza, justo cuando muere el día. Todo surge con una luz nueva, justo al apagarse todas las luces de la vida.

Y en medio del olvido brota la memoria. Porque reconciliarme con mi propia historia es lo más grande que le puede pasar a una persona.

Y Jesús, ese niño envuelto en pañales, me hace ver que mi vida merece tanto la pena…

No quiero guardar rencores en esta noche santa. No quiero olvidarme de lo importante que he vivido. Lo escribiré todo para leerle al Niño mi carta más profunda. Mis palabras más ciertas. Mis silencios más bellos.

Jesús escuchará con el alma abierta. Dispuesto a dejarme pasar dentro de su vida en esta noche. Mis manos vacías, nada temo.


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