La Verdad tras la apariencia: Cuando Jesús se mostró en las aguas

Juan Bautista en el Jordán supo descubrir que aquel hombre que parecía como cualquier otro era Dios

La epifanía es la manifestación de Dios a los hombres en su poder.

La primera epifanía tuvo lugar en Belén, al hacerse carne Dios en Jesús y manifestarse a los reyes magos venidos de tierras lejanas.

Muchos años más tarde, en el río Jordán, se manifiesta Jesús al pueblo judío, al pueblo creyente que espera al Mesías, en el momento de ser bautizado.

Y después en Caná, cuando ya tiene a sus discípulos a su lado, se manifiesta Jesús en su poder a aquellos que ya creen en Él.

Dios se muestra

Cuando Dios se manifiesta en mi vida me hace ver la verdad de su presencia en mi pobreza. Me hace ver que lo que sucede a mi alrededor es milagroso y no es obra mía. Eso me conmueve.

Pero muchas veces me cuesta verlo pasando por mi vida. San Pablo habla de ese Jesús que pasa ante los hombres sin que lleguen a ver en Él a Dios:

«Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con Él».

Jesús, lleno del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien entre los hombres. Y les manifestó el amor de Dios. Yo también necesito el Espíritu Santo en mi vida para ver a Jesús actuando, haciendo milagros en mis manos y en otros.

Juan, testigo creíble

Jesús se manifiesta entre los hombres con todo su poder. Hoy lo hace en el Jordán. No hace nada especial, no hay milagros. Es un hombre más entre muchos hombres.

Pero en ese momento es señalado por Juan como el Mesías. Eso basta, porque Juan es creíble, tiene sus discípulos:

«Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo».

Al ver al Mesías, les dice a los suyos quién es de verdad el Mesías.

Aparentemente es un hombre más que llega y espera su turno para ser bautizado como cualquier otro hombre. Juan lo ve llegar, lo reconoce y lo señala.

Algo en su corazón le dice que es Él, no lo duda y da testimonio de su verdad. Quiere que los suyos sigan a Jesús, que crean en Él. Está dispuesto a ser ignorado y abandonado después en una cárcel. Sin que nadie lo libere. Sin llegar a ser él mismo un discípulo de Jesús.

Lo dejan solo y comienzan a seguir a ese Dios que se ha manifestado entre ellos.

La verdad de las cosas a la vista

Hoy todos quieren saber la verdad sobre todos. Que haya transparencia en la vida, luz en las personas. Quieren saberlo todo de cualquiera. Y muchos lo publican todo en las redes sociales. Especialmente los éxitos y las alegrías.

Pero a veces es sólo una apariencia, el barniz que cubre mi vida, una parte de mi verdad.

A mí me gusta que se manifieste la verdad de las cosas, de las personas. Lo auténtico, lo verdadero, lo más hondo. Pero sólo Dios conoce la verdad de cada hijo. Sabe mi verdad más íntima.

Buscando certezas

Hoy quiero que Jesús se manifieste en mi vida. Él es quien actúa en mí, quiero tener la certeza.

A menudo veo que no está claro. Es como en la historia de Jesús. Los magos de Oriente recorren largas distancias siguiendo una estrella. Lo que importa no es la estrella, sino lo que ella ilumina con su poca luz. Basta esa estrella para manifestar la verdad oculta en Belén.

Pero allí sólo hay un niño, una madre joven, un padre que custodia. Y nada más. El misterio escondido más absoluto. Y en medio de esa oscuridad hay una luz que desvela el misterio.

Pero sólo los magos de Oriente entienden algo. Ellos tienen el don de mirar la vida con el corazón. Y ponen a los pies del niño todo lo que tienen, oro, incienso y mirra.

Pero más que eso, ponen sus vidas, porque lo han perdido todo por buscar al Mesías. Lo pierden todo para ganar lo más grande, una esperanza que no morirá nunca.

Lo mismo sucede en ese río Jordán lleno de hombres que buscan la conversión. Entre tanta humanidad Dios se hace carne, se hace presente.

Para confundir al que no sabe mirar en lo escondido, ni sabe diferenciar la verdad de la mentira, ni lo auténtico de lo aparente.

Descubrir la verdad tras la apariencia

Nadie lo reconoce, sólo Juan. El corazón no le engaña. Y renuncia a todo, a su propia misión, para dar paso a Jesús. Esa mirada es la que quiero yo. Una mirada que vea la luz en la noche, la verdad detrás de la apariencia.

Tengo en mi alma el deseo de buscar siempre una estrella y a un niño iluminado por su luz. También comparto el mismo sueño con todos los que buscaban su salvación en el Jordán.

Yo también quiero un cambio en mi vida que le dé sentido a todo lo que vivo. Y quiero ver a Jesús oculto entre los hombres. Como un hombre igual que yo esperando en la misma fila, buscando la misma esperanza.

Me detengo a mirar a Jesús en las aguas del Jordán. Dios se manifiesta en lo cotidiano, en el misterio oculto bajo la piel humana. ¿Qué tendría de especial ese hombre que es tan humano como ellos? ¿Y ese niño pobre nacido en Belén? ¿Iba a salvar Él el mundo?

El corazón duda porque no es fácil descubrir a Dios oculto en la carne. En la apariencia mortal está camuflado ese Dios eterno en el que creo. Y mi salvación, tan anhelada, está escondida en poderes humanos tan débiles.

No hay un poder que me asegure el triunfo final. Nada que me asegure los días venideros, ni la paz, ni la salud. ¿Cómo puedo confiar cuando Dios se manifiesta de esta forma tan humana, tan tangible, tan incierta, tan frágil?

No cualquiera descubrió al rey de reyes oculto en un pesebre en Belén. No cualquiera siguió a un hombre igual a muchos hombres que parecía necesitar como ellos la conversión.

¿Un bautismo del Espíritu Santo? El corazón no acaba de entender las formas y los caminos que elige Dios para confundir a los que se creen santos y sabios. Y así, oculto en la debilidad humana, se hace más claro su poder.


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Aleteia / Carlos Padilla