Herrera Oria tuvo claro que un gran periódico católico precisa primero ser un gran periódico

“Un cuerpo de redacción escasamente preparado, una presentación del producto muy poco cuidada y una línea editorial que confundía la tradición con lo extemporáneo”: según el escritor y periodista Gonzalo Altozano García-Figueras, éste es el panorama de la prensa católica al que quiso poner fin Ángel Herrera Oria (1886-1968) con su idea de que “para que hubiera adjetivo antes tenía que haber sustantivo o, lo que es lo mismo, que para hacer un gran periódico católico lo primero era hacer un gran periódico“.

Y ¿qué entendía él por un periódico católico? “Un periódico al servicio de la Iglesia, sometido a su jerarquía, mas no dependiente de esta, y que diera preferencia a asuntos relacionados con personas o cosas católicas, siempre con criterios de verdad y, muy importante, de interés público, de relevancia informativa”, explicó Altozano en una profunda reflexión sobre el papel de los medios de comunicación católicos, poniendo como ejemplo dos de sus grandes creaciones: el diario El Debate (1910-1936) y su Escuela de Periodismo.

Fue el pasado miércoles en el Auditorio Juan Pablo II del obispado de Asidonia-Jerez, en Jerez de la Frontera (Cádiz), con motivo de una mesa-coloquio convocada por la Asociación Católica de Propagandistas en torno a la figura de su fundador, el futuro obispo de Málaga y cardenal Ángel Herrera Oria, bajo el título Una vida al servicio del bien común y con ocasión de una muestra hasta el sábado sobre su vida y obra.

Participaron en el acto, además de Altozano, el doctor en Historia y catedrático de Historia Medieval en la Universidad de Cádiz Rafael Sánchez Saus y la maestra rural de las escuelas-capilla Silveria Fernández Amorena. Los tres coincidieron en señalar la importancia de Herrera Oria como fundador de obras políticas, sociales y educativas que lo convierten en uno de los principales referentes del catolicismo social en España durante el siglo XX.

Según Sánchez Saus, fue “un hombre de ideas y gran organizador que siempre actuó con prudencia y respeto a los diferentes regímenes políticos, cooperando con ellos en lo necesario, pero sin permitir que se vulneraban los derechos de la Iglesia”.

Silveria González recordó uno de los principios educativos de Herrera Oria, “hagamos las escuelas y preparemos a los maestros, que si es obra de Dios seguirá adelante”, y su ayuda a las personas más pobres y olvidadas que vivían en las cortijadas de la sierra malagueña “dándoles la posibilidad de una educación”.

Gonzalo Altozano recordó el éxito de El Debate como referencia de la prensa católica en España, pasando de editar 4000 ejemplares a 200.000 en tiempos de la Segunda República (1931-1936), durante la cual fue suspendido varias veces. Herrera Oria vio con claridad que “un gran periódico solo podían hacerlo periodistas, buenos periodistas, a ser posible los mejores. Y si no había dinero para ficharles, pues se les formaría. Y fue así como nació la Escuela de Periodismo de El Debate“, fundada en 1926 y que ha continuado la Asociación Católica de Propagandistas bajo distintos nombres hasta hoy mismo.

Ésta fue la razón, explicó Altozano, por la cual “la redacción de El Debate, al contrario que las de otras cabeceras, no se nutrió de desechos de tienta, de rebotados de otras profesiones, ni de una figura nefasta que, en el caso de El Debate, hubiera sido letal: la del católico profesional“.

Por su interés en torno al papel de los medios de comunicación católicos en la sociedad actual, reproducimos a continuación en su integridad la conferencia de Gonzalo Altozano. (Las negritas son de ReL.)

Texto íntegro de la intervención de Gonzalo Altozano
Se cuenta -y si la anécdota no es cierta, está bien contada- que al término de una conferencia, una señora mayor, con el fabuloso empuje de la mujer española, sobre todo si esta es ya de una cierta edad, se acercó a un jovencísimo Herrera Oria no para pedirle, mucho menos para suplicarle, sino directamente para imprecarle la creación de un gran periódico católico, a lo que Herrera Oria, con la que parecía ser su proverbial buena educación, respondió: “Vamos a hacer un gran periódico, y que además sea católico”. El periódico que Herrera ya tenía en mente era El Debate y la aclaración de matiz que le hizo a la señora no era, en modo alguno, menor.

Lo que para Herrera resultaba obvio, esto es, que para que hubiera adjetivo antes tenía que haber sustantivo o, lo que es lo mismo, que para hacer un gran periódico católico lo primero era hacer un gran periódico, otros o no lo habían querido ver o no habían podido o no habían sabido. Y hete aquí la posible clave de porqué hasta la fecha no había habido en España un gran periódico católico. Lo que había habido eran intentos -muchos, quizás demasiados-, las causas de cuyos fracasos, a grandes rasgos, y con todas las excepciones que quieran hacerse -que, por cierto, son pocas- había que buscarlas en un cuerpo de redacción escasamente preparado, una presentación del producto muy poco cuidada y una línea editorial que confundía la tradición con lo extemporáneo, con el quedarse descolgado de la Historia. Con semejantes mimbres -o, mejor, con semejantes bueyes- el resultado final podía ser cualquier cosa menos un gran periódico católico.

Qué duda cabe de que si Herrera tenía claro lo anterior, que un gran periódico católico precisa primero ser periódico, también tenía claro que un periódico, un gran periódico, solo podían hacerlo periodistas, buenos periodistas, a ser posible los mejores. Y si no había dinero para ficharles, pues se les formaría. Y fue así como nació la Escuela de Periodismo de El Debate, antecedente de las facultades de Periodismo de hoy.

Hay una larga y vieja polémica en la profesión, en la profesión periodística, acerca de si el periodismo debe considerarse o no una disciplina académica, universitaria. Entrar en el fondo de la cuestión nos alejaría demasiado de esta mesa redonda. Pero para que no parezca que estoy escurriendo el bulto de la opinión diré, sin entrar en detalles, que no soy partidario de las facultades de Periodismo. Y para que tampoco parezca que estoy enmendándole la plana a uno de los referentes del periodismo español, Herrera Oria, diré también que estoy a favor de que los periodistas se formen o de que se forme a los periodistas, que no otra cosa pretendía la Escuela de Periodismo de El Debate.

La Escuela, además de centro de formación, era, con sus severos criterios de admisión y sus programas de estudio que podían durar uno o cinco años, un observatorio para discernir tanto la vocación del candidato como su valía. Y esta era la razón por la cual la redacción de El Debate, al contrario que las de otras cabeceras, no se nutrió de desechos de tienta, de rebotados de otras profesiones, ni de una figura nefasta que, en el caso del Debate, hubiera sido letal: la del católico profesional.

Huelga precisar, más en un auditorio de gente preparada como este, que no es lo mismo la figura del católico profesional que la del profesional católico. Y, sin embargo, por si acaso, lo preciso. El profesional católico es aquel que hace bien su trabajo, y que además es católico. En cambio, el católico profesional, en un supuesto como el que nos ocupa, sería aquel que pretendiera sentar plaza de redactor en El Debate aportando como único título la partida de bautismo y acreditando alguna práctica de piedad como pudieran ser los primeros viernes de Santa Margarita María de Alacoque.

Si es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja antes que un rico en el reino de los cielos, más fácil era que ingresara en la Escuela un joven descreído y con inclinaciones izquierdistas pero con talento que otro piadoso y de derechas mas sin ningún ánimo de excelencia. Y no es esta una afirmación gratuita, a humo de pajas, sino que la plaza que muchos se quedaron sin ocupar la ocupó Jacinto Toryho, brillante alumno de la Escuela, que con los años sería director de Solidaridad Obrera, órgano de expresión de la CNT, y quien nunca ocultó su afiliación anarquista, a Herrera Oria el primero.

Por supuesto, el caso de Toryho fue una excepción, no la regla, y el grueso de alumnos de La Escuela comulgaría con los ideales de El Debate. Si no, no se explica la exitosa singladura de aquella nave en años de tanta y tan agitada tempestad.

Uno de los factores que ayudó a la plena identificación del staff del periódico con su ideario fue el empeño de Herrera Oria de dotar a los trabajadores de la empresa editora de El Debate -ya fueran de administración, redacción o talleres- de las condiciones materiales que les proporcionaran paz interior, entre las que se contaban salarios dignos, vacaciones pagadas, así como distintos mecanismos de previsión de contingencias laborales. Frente a los que insinúen que lo anterior es una forma de compraventa de voluntades, cabe oponer que no se trata de otra cosa sino de una formulación, pedestre si se quiere, pero formulación al fin y al cabo, de la Doctrina Social de la Iglesia, la defensa y difusión de la cual era uno de los pilares de El Debate.
A la plena identificación con un ideario y a las ventajosas condiciones laborales había que añadir el empuje propio de una juventud decidida y desafiante, la suma de todos estos elementos hizo que los periodistas de El Debate sintieran la cabecera como cosa propia. Así, por ejemplo, cuando los piquetes violentos de la UGT -la central sindical del PSOE- se enseñorearon en 1919 de los talleres de los periódicos y de los quioscos de prensa imponiendo lo que se conoció como censura roja, fueron los mismos redactores de El Debate los que se pusieron a los mandos de las linotipias y las rotativas y con los ejemplares recién impresos, frescos aún de tinta, salieron a las calles a pie, en coches o en camiones y, acompañados por un buen número de valerosos lectores, improvisaron puestos de venta.

Un observador despistado de nuestro país y de la historia de nuestro país se preguntará porqué la UGT puso en su lista negra a El Debate si las condiciones laborales de este eran tan beneficiosas para sus trabajadores. A lo que habrá que responder que ya entonces la UGT no estaba en la legítima defensa de los intereses de los trabajadores, sino en los suyos propios, y con modos y maneras propios de la Cosa Nostra. Eso sí, todavía no habían descubierto las posibilidades infinitas de los eres, los cursos de formación y, sobre todo, las mariscadas, pero todo se andaría.

Pero no se las tuvieron tiesas Herrera Oria y los muchachos de El Debate solo con la UGT, también con los Gobiernos de izquierdas de la Segunda República. Y no precisamente porque uno de los puntos de la línea editorial del periódico fuera la restauración de la monarquía de los Borbones. Es más, la postura oficial de El Debate fue la de acatamiento activo de las formas de Gobierno, postura ciertamente polémica que merece por sí sola una mesa redonda.

En cualquier caso, la que podríamos llamar doctrina de la accidentalidad de las formas políticas del Estado llevaba implícita una distinción entre el régimen que se acataba y sus leyes, que podían discutirse y, en algunos casos, debían discutirse. No fue, en verdad, la de Herrera Oria y la de El Debate una postura bizcochable.

La prueba era que hasta en tres ocasiones El Debate fue objeto de suspensión gubernamental, al término de las cuales volvió a los quioscos con la siguiente declaración de intenciones: “Estamos donde estábamos, pensamos igual que antes y nos conduciremos como hasta aquí. Nada tenemos que rectificar”. Con razón don Manuel Azaña se refirió al periódico de Herrera Oria en los siguientes términos: “El Debate era un adversario temible por su intención, su organización y por su catequismo”.

La frase de Azaña, quizás a su pesar, condensa como pocas que Herrera Oria y sus hombres habían logrado con creces el propósito que se fijaron veinte años atrás cuando se hicieron cargo de El Debate: hacer de este un gran periódico, y que además fuera católico.

Entendiéndose por católico un periódico al servicio de la Iglesia, sometido a su jerarquía, mas no dependiente de esta, y que diera preferencia a asuntos relacionados con personas o cosas católicas, siempre con criterios de verdad y, muy importante, de interés público, de relevancia informativa. En este sentido, célebre fue el broncazo de Herrera Oria a Aquilino Morcillo, director del Ya, el hermano pequeño de El Debate, por llevar en primera página un asuntillo eclesial menor. Quiérese ilustrar con esta anécdota el hecho de que el paso de las páginas de El Debate no provocaba un sonido como el del frufrú de las sotanas.

Decía Chesterton que el periodismo consistía en informar de que Lord Jones había muerto a unos lectores que no sabían que Lord Jones había vivido. A lo que parece, Herrera Oria no estaba por la labor de anunciar, y mucho menos en primera plana, las bodas de plata sacerdotales del obispo de Mondoñedo a unos lectores que, probablemente, no tenían ni idea de cómo se llamaba el obispo de Mondoñedo.

Porque de haberse conformado con hacer de El Debate una hoja parroquial de circulación nacional, Herrera Oria y sus hombres jamás hubieran dado cumplimiento a su fenomenal ambición de influencia. Esta solo fue posible por saber y saber muy bien informar, orientar y, no menos importante, entretener a los lectores. Únicamente así fue posible llevar a El Debate de los apenas 4.000 ejemplares de 1911 a los cerca de 200.000 durante la Segunda República.

Claro que tanto éxito no le salió gratis a El Debate, pues el reverso de ganarse el favor del público con un ideario que no dejaba lugar a la duda fue la inquina de la izquierda sindical y política durante la Restauración y la República, su clausura al comienzo de la Guerra Civil y, más cruento aún, el asesinato de no pocos de sus redactores a lo largo de la contienda.

Nos quedamos con el ejemplo de uno de los supervivientes, José María Sánchez Silva, el célebre autor de Marcelino Pan y Vino, que fue alumno y profesor de la escuela de El Debate, redactor del mismo, y que pasó la guerra escondido en los tejados del Madrid rojo, “erizado como un gato”.

Lo dejamos aquí, en el largo, cálido y sangriento verano del 36, tan largo que duró hasta la primavera del 39, no sea que al calor de tan luctuosos sucesos se presenten aquí los amigos de la memoria histórica, como, por ejemplo, Ana Fernández de Cosa, la concejal del Ayuntamiento de Jerez que, con menos clase todavía que gracia y vergüenza, llamó asesino y fascista a don José María Pemán.
Sirvan estas palabras como pequeño homenaje y modesto acto de desagravio a Pemán quien, por cierto, se dio a conocer en las páginas de El Debate. Lo dejamos aquí, ya digo, no sea que la concejal nos llevé a todos los aquí presentes detenidos al cuartelillo de la Guardia Civil. Aunque lo grave no sería eso.

Lo grave sería que la concejal informara de este acto a Manuela Carmena, alcaldesa de la Villa y Corte, y al tener esta noticia de una vida tan bien y tan a tope vivida como la de Herrera Oria, en lugar de asombrarse ante tanta hazaña, tanta excelencia y tanto servicio, se produjera en ella el efecto contrario y ordenara retirar, sin más preámbulo, el nombre de don Ángel a una avenida de Madrid.

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