Francisco Vázquez: fue la «propaganda comunista» quien creó la «injusta» campaña contra Pío XII

Francisco Vázquez
fue durante 23 años alcalde socialista de La Coruña (1983-2006),
diputado en el Congreso durante un tiempo similar y, entre 2006 y 2011,
embajador de España ante la Santa Sede durante el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.
Representante durante muchos años del minoritario sector “católico” y
opuesto al aborto en el PSOE, en 2014 se dio de baja y desde entonces ha
discrepado abundantemente de la línea política de su antiguo partido,
en particular con la Ley de Memoria Histórica y el “anticlericalismo del
siglo XIX” al que, en su opinión, ha vuelto.


El pasado Jueves Santo, Vázquez escribió una Tercera de ABC bajo el título La verdad de Pío XII  donde, al  hilo de la apertura el 2 de marzo de los archivos de su pontificado, recuerda que el Papa Eugenio Pacelli (1939-1958) “tuvo que preservar a los católicos de la amenaza y la persecución sucesiva de las dos ideologías más criminales de la historia moderna,
el nazismo y el comunismo, a la vez que en todo momento trasladó al
mundo en sus discursos un alegato apasionado en favor de la paz y en
defensa de los valores morales de la civilización cristiana”.


“Esta evidente e indiscutible actitud papal fue negada a partir de la década de los años 50 del pasado siglo por la propaganda comunista que se centró en desprestigiar al Papa, acusándolo de colaboracionismo con el nazismo al no denunciar el holocausto del pueblo judío bajo el régimen de Hitler“, añade. Y precisa que “la causa de esa campaña fue la denuncia pública que Pío XII hizo de la persecución criminal a la que estaban siendo sometidos los católicos de los países comunistas,
con cardenales, obispos y sacerdotes encarcelados o internados en
campos de concentración, el culto prohibido, los templos cerrados o
incautados y muchos fieles torturados o asesinados”.


Vázquez cita los casos de los cardenales Mindszenty, Stepinac, Slipyj o Hossu, “vivo testimonio de aquella cruel persecución que llevó al Papa a calificar como «la Iglesia del silencio» a todos los católicos sometidos al yugo comunista”.


Para contrarrestar esa denuncia de Pío XII durante la Guerra Fría se
puso en marcha la “injusta y falsa acusación” contra él, porque “manipular la verdad de la historia [es] algo en lo que son maestros los comunistas y sus compañeros de viaje”.


En efecto, el ex embajador ante la Santa Sede recuerda que “la primera y casi única condena del ideario nazi” fue la encíclica Mit brennender Sorge [Con viva preocupación] de Pío XI
en 1937, de la cual fue “redactor definitivo” su entonces secretario de
Estado y futuro Papa, Eugenio Pacelli. El documento papal “denunciaba
el racismo y el desprecio a los valores éticos en defensa de la vida,
que la ideología nacional-socialista propugnaba”.


“Sorprendentemente, la valiente postura del Vaticano no encontró el
más mínimo eco entre los gobiernos de todo el mundo, que sí guardaron un
cobarde silencio”, algo que se repetiría años después al comenzar “los
asesinatos en masa de los judíos”. La Iglesia tuvo una “actitud de
amparo y protección hacia los judíos durante toda la guerra, sin verbalizar una dialéctica de confrontación para evitar poner en peligro la seguridad de los católicos, cuyas vidas eran utilizadas como rehenes en la estrategia de los nazis para ocultar sus crímenes”.


Vázquez pone como ejemplo que en Holanda la denuncia del cardenal Johannes de Jong, arzobispo de Utrecht, en 1942 provocó el confinamiento inmediato y el envío a campos de exterminio de 42.000 judíos conversos al catolicismo. “Al conocer la noticia”, explica Francisco Vázquez, “Pío XII confesó a un grupo de cardenales encabezados por monseñor Tardini,
que le aconsejaban denunciar el Holocausto, que si la intervención del
episcopado holandés había causado una venganza de más de 40.000 muertos,
una denuncia del Papa llevaría a la persecución de cientos de miles de
católicos en toda la Europa ocupada y en la propia Alemania”.


Esa actitud de prudencia no impidió que desde el Vaticano se diese la orden “de que iglesias y conventos sirvieran de lugar de asilo y refugio a los fugitivos judíos,
y el propio Romano Pontífice supervisó la operación en Roma, incluso
acogiendo en las instalaciones del Palacio Pontificio de Castelgandolfo a
centenares de judíos, dándose la circunstancia de que varias asiladas
dieron a luz en las habitaciones papales”.


“La mejor prueba del feliz resultado de la iniciativa papal”,
subraya, fue que de los 12.100 judíos censados en Roma en 1939
sobrevivieran al final de la guerra 10.978, “una proporción que no se
logró en ningún otro lugar”. Hitler encomendó al general Karl Otto Wolf,
de las SS, un plan para secuestrar a Pío XII que el militar “consiguió
eludir” y de la que tuvo conocimiento el Vaticano: “Aconsejado por su
íntimo colaborador, el entonces monseñor Montini, futuro Pablo VI, Pío XII redactó una carta de abdicación y dejó indicado si era secuestrado que el cónclave
para la elección de nuevo Papa se celebrase en Lisboa, aprovechando la
neutralidad de Portugal y su condición de país católico”.


Vázque concluye recordando cuatro hechos: primero, que “al final de la guerra el gran rabino de Roma, Israel Zolli, convertido al catolicismo, tomó el nombre de Eugenio en honor del Papa”; segundo, que “el senador Isaías Levi,
a su muerte, agradecido al Pontífice, legó su palacio a la Santa Sede,
que hoy es la sede de la Nunciatura ante Italia”; que “el gran rabino de
Jerusalén, Isaac Herzog, envió al Papa una bendición especial”; y que “al fallecimiento de Pío XII la primera ministra de Israel, Golda Meir, dijo: «La voz del Papa siempre se elevó a favor de las víctimas del martirio que se abatió sobre nuestro pueblo»”.


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