Sacerdotes

Es iraquí, habla la lengua de Jesús y en la Guerra del Golfo sintió el llamado a ser sacerdote

Aram Pano, sacerdote de 34 años, en un encuentro de la Fundación CARF

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En vísperas de la llegada del Papa Francisco a Irak, la Fundación CARF, que ayuda a financiar la formación de sacerdotes de todo el mundo en el Centro Académico Romano, ha entrevistado al sacerdote iraquí Aram Pano, de 34 años, que actualmente estudia Comunicación en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz en Roma.

Aram Pano participa en el Encuentro de Reflexión CARF del jueves 4 de marzo explicando la situación de los cristianos perseguidos, los católicos de Irak y lo que puede suponer el viaje papal.

“Todos los cristianos de Irak esperamos que este viaje cambie algo. En mi opinión, a nivel social, a nivel del pueblo cambiarán muchas cosas, pero a nivel político, en Irak no creo que vaya a cambiar mucho», detalla el sacerdote. 

Creciendo en una aldea cristiana de lengua aramea

Aram Pano se crio en una aldea cristiana que aún habla lengua aramea, que se considera que era la lengua que hablaban Jesús y los apóstoles y la población judía y oriental de Tierra Santa en el siglo I, en su vida cotidiana.

“¡Shlama o shina o taibotha dmaria saria ild kol!”, que en arameo quiere decir “la paz, la tranquilidad y la gracia de Dios esté con todos ustedes”, saluda Aram.

“El arameo, en el dialecto siriaco de Oriente, es mi idioma maternal y la lengua de todos los habitantes de la zona donde yo nací, en el norte de Iraq, que se llama Tel Skuf, que quiere decir Colina del Obispo. Está ubicada a unos 30 km de Mosul, la antigua ciudad de Nínive, en el corazón cristiano del país”, explica.

Detalla que los habitantes de su pueblo son católicos de rito caldeo, campesinos con campos y ganado, que llevan una vida muy sencilla. “Está presente la costumbre de ofrecer las primicias de la cosecha, cada año, a la Iglesia, para sustentar a los sacerdotes y para que ellos también puedan cuidar de los más necesitados.

“Las casas eran lo bastante grandes para que una familia pudiera vivir en ellas… Y para nosotros, la familia es algo bastante extenso: niños, padres, madres, abuelos… Todos viven juntos en estas viviendas orientales típicas, blancas y cuadradas, con un patio en el centro, como un jardín, y las habitaciones alrededor.

Aram nació cuando finalizaban los 8 años de la guerra de Irán e Irak, que “provocó más de un millón y medio de muertos. Mi padre y tres de mis tíos lucharon en el conflicto y fueron tiempos muy difíciles para mi abuela y mi madre”. Gracias a Dios, todos volvieron de la guerra.

Su familia se muda a zona chií

Después, en 1992, cuando terminó la Primera Guerra del Golfo, tras la derrota de la invasión iraquí de Kuwait, su familia se mudó a Basora, “la tercera ciudad del país después de la capital Bagdad y de Mosul. La mayoría de sus habitantes son musulmanes chiíes y no hay muchos cristianos allí. Aun me acuerdo el agua que tenía sabor a sal, el calor, las palmeras… Un paisaje muy distinto al que estaba acostumbrado. Además, la cantidad de pozos y refinerías de petróleo en todas partes… Pero la gente era y sigue siendo muy generosa y acogedora”.

Basora tiene dos parroquias que forman parte de la Archieparquía de Basora y del Sur. En 1995 recibió allí la Primera Comunión. Aram se acostumbró a pasar mucho tiempo en la parroquia. “Me encantaba acudir con el grupo de niños para jugar con ellos, y también para la catequesis. Pero la idea de entrar al seminario se me hizo más clara cuando estaba en secundaria”, recuerda.

Vocación bajo el bombardeo, a los 16 años

En 2003 tuvo lugar la Segunda Guerra del Golfo, una invasión de Irak por parte de EEUU y sus aliados. Aram tenía 16 años.

“Duró casi 4 meses y la última ciudad que cayó fue justamente Basora, donde yo vivía. Recuerdo que veíamos aviones estadounidenses que llegaban y bombardeaban, y teníamos miedo, porque muchos de los edificios estatales estaban cerca de nuestra casa”, relata.

“Recuerdo una noche que estaba durmiendo y me desperté por el fragor de un misil que había dado en un edificio que se encontraba a unos 500 metros de nosotros. Salimos a la calle, la gente corría y los estadounidenses tiraban sus bombas de sonido para sembrar el terror en nosotros. Fue entonces cuando distinguí con más claridad el llamado del Señor”.

En esos días de bombardeo, su familia se alojaba en la parroquia, sintiéndose más segura. Su padre ayudaba en la cocina parroquial. Y Aram servía como acólito en las misas.

“Al terminar la guerra, nuestro obispo me eligió para ir con él a un pueblo llamado Misan, a unos 170 km al noreste de Basora, y lo que experimenté allí me animó a tomar mi decisión”, recuerda.

“Me sorprendió ver a los fieles entrar a la iglesia de rodillas y sin zapatos. Se arrodillaban ante el altar, delante del icono de la Virgen María, llorando, orando, suplicando. Después, cuando empezó la misa oficiada por el obispo según nuestro rito caldeo, me di cuenta de que los fieles no sabían ni las oraciones ni cuándo sentarse o ponerse de pie. Esto me impresionó mucho y pensé que eran como ovejas sin pastor. Y en seguida miré al obispo, que ya era mayor, y por mi cabeza se pasó la idea de quién podría sustituirle y ayudar a tantas familias”.

Así, “en 2005, ingresé al seminario en Bagdad, la capital de Irak. Allí estudié filosofía y teología durante 6 años y me gradué en junio de 2011 y el 9 de septiembre de 2011 fui ordenado sacerdote”.

Una iglesia presionada y perseguida

En Irak, explica, la mayoría de los cristianos han emigrado, por las guerras, el terrorismo islamista y la discriminación. «Antes de 2003 los cristianos éramos 1,5 millones y hoy somos 250.000. La persecución no es solamente algo que tiene que ver con la supervivencia física: se extiende al nivel social y político, a las oportunidades laborales e incluso al derecho a la educación», precisa.

Él no ha sufrido persecución violenta en persona, pero conoce muchos casos cercanos. «En 2004, dos religiosas colaboraban con el Ejército estadounidense en Basora. Un día, cuando regresaron a su casa, un grupo islámico radical mató a las hermanas frente a su casa. Este hecho se difundió por todo Irak y mi país se convirtió en el epicentro del terrorismo. En 2014 llegó el ISIS y destruyó muchas de nuestras iglesias y de nuestros hogares. Hay un plan para destruir la historia de los cristianos en mi país como lo hicieron en 1948 con los judíos», asegura.

Le parece paradójico que Irak, cuna de la civilización, “donde ha nacido el primer código legal en la historia, todo parece haber acabado en destrucción: el más fuerte mata al más débil, la corrupción se cierne sobre la sociedad y los cristianos llevan 1.400 años sufriendo la persecución”.

Las profundas raíces cristianas de Irak

Recuerda que “el cristianismo llegó a Irak con los apóstoles Santo Tomás y Bartolomeo y con sus discípulos Tadeo (Addai) de Edesa y Mari en el siglo II: ellos fundaron la primera Iglesia en Mesopotamia y, gracias a su obra misionera, llegaron hasta India y China”.

Nuestra liturgia proviene de la más antigua anáfora eucarística cristiana, conocida como Anáfora de Addai y Mari. La Iglesia en aquel entonces estaba dentro del Imperio persa, con su propia liturgia oriental, su propia arquitectura y una forma de rezar muy parecida a la liturgia judía. La teología de nuestra Iglesia oriental es espiritual y simbólica. Hay muchos padres y mártires muy importantes, como por ejemplo, Mar (San) Efrén, Mar Narsei, Mar Teodoro, Mar Abrahim de Kashkar, Mar Elías al-Hiri, etc”.

En el siglo XVI, muchos cristianos siríacos reconocieron el Primado del Papa y se unieron a la Iglesia Católica, manteniendo su rito y tradiciones. Hoy hay unos 600.000 mil católicos caldeos, la mayoría ya fuera de Irak, manteniendo su sede principal en Bagdad.

“Nuestra tradición es típicamente oriental y con profundas raíces en el país, donde se encuentran en todas partes, rastros de la milenaria presencia cristiana, con santuarios, monasterios, iglesias y tradiciones muy antiguas”, añade Aram.

Hace casi 10 años que Aram Pano es sacerdote. Su obispo le ha enviado a Roma a estudiar Comunicación Institucional en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz. Espera poder servir a Dios difundiendo “nuestra fe a través de todos los canales posibles, pero preservando nuestra identidad y nuestra originalidad”, afirma.

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