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«Es duro, terminas tocado», un capellán de hospital relata su experiencia tras un año de pandemia

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El coronavirus lleva ya un año circulando por el mundo provocando muerte y sufrimiento. Durante estos casi 12 meses desde que el virus llegó a España los sanitarios y los propios capellanes de los hospitales han estado en primera línea de batalla de una guerra que parece que no tiene fin. Las miles de muertes, el cansancio y tanto dolor han hecho mella ya en muchas personas.

Así lo atestigua el padre Antonio Luis Nicolás, capellán del complejo hospitalario de Ávila. “Me he visto obligado muchas veces a guardar silencio. Me parecía que era la única forma que tenía para enfrentarme a esta situación. Es muy difícil encontrar palabras de consuelo para alguien que en una misma mañana recibe la noticia del fallecimiento de su padre y de su madre”, comenta en una entrevista con la web de la Diócesis de Ávila.

Este sacerdote confiesa haber vivido situaciones muy duras durante los últimos meses en este hospital. Explica que es “muy difícil encontrar una palabra, si no es la solidaridad, o simplemente el gesto de la señal de la cruz en la frente para alguien que se revela porque no le ve sentido y se siente castigado. Es muy difícil consolar a unos profesionales que, día a día, se han encontrado cadáveres, donde la autoprotección no es suficiente, y donde las emociones están a flor de piel. Consolar a una enfermera porque tiene que activar el protocolo de atención a un cadáver, sabiendo y conociendo su historia personal, es durísimo. Eso no se puede obviar. Hacer la señal de la cruz sobre alguien que está a punto de morir, o simplemente cogerle la mano. Es duro. Terminas tocado. Porque de alguna manera conoces a esa persona, la has estado acompañando durante semanas, y que llegue ese momento es muy duro de vivir”.

En su opinión, estos meses están siendo una “experiencia existencial” ya que “este virus nos ha confrontado con nosotros mismos” y “nos ha puesto ante la más absoluta realidad de nosotros mismos, nuestra debilidad. Es algo que está atacando hasta nuestras más profundas raíces”.

El padre Antonio asegura que “cuando vemos lágrimas en el hospital, pienso en el garante de nuestra redención, que es Jesús de Nazaret, recordando sus las lágrimas en Getsemaní, sudando sangre, ante lo que iba a suceder; cuando siente el abandono en la Cruz, porque siente que no merece ese sufrimiento y llega a pensar incluso que Dios Padre le ha abandonado, es el mismo sentimiento de un paciente en la UCI, el sentimiento de una personas que se siente totalmente sola, sin la compañía de sus seres queridos”.

Por ello, el capellán lleva todas sus vivencias al silencio y la oración, “no para intentar comprender lo que ocurre y por qué ocurre, sino para aceptar y ponerlo en valor”.

 “Médicos o enfermeras, especialmente de las zonas UCI, que también profesan su fe, y que en esos momentos tan delicados, han cogido la mano del enfermo y han rezado juntos un Padrenuestro. Para el sacerdote puede ser relativamente fácil (aunque no dejamos de ser humanos y a veces el miedo también nos atenaza). Pero cuando ves ese gesto de una enfermera que le hace la señal de la cruz en la frente a una persona que va a fallecer de forma inminente, te das cuenta de la grandiosidad de la Iglesia. La Iglesia no la formamos unos pocos: es la casa común de todos aquellos que profesamos la fe en Jesús de Nazaret. Poner en valor la comunidad es reconocer lo que están haciendo por nosotros, es saber que, como decía el Principito, lo esencial es invisible a los ojos. No podemos cuantificarlo, pero sí puedo dar testimonio de mucha fe, mucho amor, y una entrega que no tiene paragón”, agrega.

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