Desde la Escritura: Pablo y los joyeros de éfeso

El predicador que anuncia a Cristo y a su Iglesia no es una
persona amorfa, que pueda proclamar la Buena Nueva y que ello no
provoque rechazo en algunos aspectos, sobre todo los que afecten a los
destinatarios de la Palabra. Pablo se encontró en Éfeso en su tercer
viaje apostólico; y de allí tendrá que salir por un motín de los
plateros.


Había en Éfeso un templo dedicado a Artemisa (la diosa griega que
tenía su equivalente en la Diana de los romanos), y un platero llamado
Demetrio. Este reunió a otros plateros y les manifestó, por un lado, la
riqueza que provenía de la elaboración de estatuas de Artemisa; y por
otro, el problema que les provocaba Pablo. Este, al manifestar que no
son dioses los objetos que son fruto de la destreza del hombre, hacía
que el negocio que ellos ostentaban se hundiera en el descrédito. De ese
modo, espoleados por Demetrio, hicieron sus compañeros de profesión una
manifestación por la ciudad de Éfeso. Gritaban: “Grande es la Artemisa
de los efesios! De este modo, la ciudad se llenó de confusión. Ellos
arrastraron incluso a Gayo y Aristarco, compañeros de viaje de Pablo.
Pablo quería presentarse en el teatro donde estaba convocada la gente, y
algunos discípulos le pidieron que no lo hiciera. Un tal Alejandro
manifestó que Pablo y sus compañeros ni eran sacrílegos ni blasfemadores
de la diosa Artemisa. Pidió que, si alguien tenía algo contra ellos,
que lo denunciara, pero que no hicieran mitin.

Pablo decidió irse, y se despidió de los discípulos, antes de salir para Macedonia.


El motín de los orfebres le obligó a abandonar Éfeso y se dirigió hacia Macedonia y Acaya acompañado de algunos discípulos.

Embarca en Filipos para realizar el viaje de regreso a Jerusalén;
realiza una escala en Mileto y convoca a los presbíteros de Éfeso a los
que dirige uno de sus grandes discursos (Hechos 20, 17-38). Cuando llega
a Tiro, se reúne con sus discípulos y hacen oración en la playa.
Continúa el viaje acompañado de algunos de sus discípulos, llegando
posteriormente a Jerusalén.


José Fernández Lago

pastoralsantiago.es

Foto: Miguel Castaño