Declaración de Fe del cardenal Müller «ante la creciente confusión en la enseñanza de la doctrina»

Este viernes se ha dado a conocer una Declaración de Fe del cardenal Gerhard Müller, anterior prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Iba a difundirse el lunes, según informa LifeSite, pero se hizo anticipadamente al darla a conocer un medio polaco.


El texto, divulgado en siete idiomas (español, inglés, francés, alemán, italiano, portugués y polaco), se titula Declaración de Fe (ver abajo el texto completo)
y va encabezado por una cita de los Evangelios: “¡No se turbe vuestro
corazón!” (Jn 14,1), que dice Jesucristo a los Apóstoles durante la
Última Cena.


El cardenal Müller explica al principio la razón del documento: “Ante la creciente confusión en la enseñanza de la doctrina de la fe,
muchos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos de la Iglesia Católica
me han pedido dar testimonio público de la verdad de la Revelación”. El
purpurado sitúa esta iniciativa como parte de su ministerio, pues “es
tarea de los pastores guiar a los que se les ha confiado por el camino
de la salvación” y esto sólo puede tener éxito “si se conoce este camino
y ellos mismos siguen adelante”. Pero la realidad es que “hoy en día
muchos cristianos ya no son conscientes ni siquiera de las enseñanzas
básicas de la fe, por lo que existe un peligro creciente de apartarse
del camino que lleva a la vida eterna”.


Müller recuerda a continuación las verdades fundamentales de la fe, respaldadas por citas del Catecismo de la Iglesia Católica, y añade que “ocultar estas y otras verdades de fe y enseñar a la gente en consecuencia… es el engaño del Anticristo“.


He aquí algunos de los puntos señalados por el antiguo prefecto de la Fe:


-“El Verbo hecho carne, el Hijo de Dios, es el único redentor del
mundo (679) y el único mediador entre Dios y los hombres (846)… La
Primera Carta de san Juan describe como Anticristo al que niega su divinidad“.


-“La recaída en antiguas herejías, que veían en Jesucristo
sólo a un buen hombre, a un hermano y amigo, a un profeta y a un
moralista, debe ser combatida con clara determinación”.


-“La Iglesia no es una asociación fundada por el hombre cuya estructura es votada por sus miembros a voluntad. Es de origen divino”.


-“La amonestación del apóstol sigue siendo válida hoy en día para que cualquiera que predique otro evangelio sea maldecido, ‘aunque seamos nosotros mismos o un ángel del cielo’ (Gal 1,8)”.


-“La tarea del Magisterio de la Iglesia es ‘proteger al pueblo de las desviaciones
y de las fallas y garantizarle la posibilidad objetiva de profesar sin
error la fe auténtica’ (890). Esto es especialmente cierto con respecto a
los siete sacramentos”.


-“De la lógica interna del sacramento [de la Eucaristía] se desprende que los fieles divorciados por lo civil, cuyo matrimonio sacramental existe ante Dios, los otros cristianos que no están en plena comunión con la fe católica, como todos aquellos que no están propiamente dispuestos, no reciben la Sagrada Eucaristía de manera fructífera (1457) porque no les trae la salvación. Señalar esto corresponde a las obras espirituales de misericordia”.


-“Cuando los creyentes ya no confiesan sus pecados ni reciben la absolución, entonces la redención cae en el vacío, ya que ante todo Jesucristo se hizo hombre para redimirnos de nuestros pecados”.


-“La misericordia de Dios nos es dada para cumplir sus mandamientos a fin de convertirnos en uno con su santa voluntad y no para evitar la llamada al arrepentimiento (1458)”.


-“La ordenación sacerdotal ‘le da un poder sagrado’ (1592), que es
insustituible, porque a través de él Jesucristo se hace sacramentalmente
presente en su acción salvífica. Por lo tanto, los sacerdotes eligen voluntariamente el celibato como ‘signo de vida nueva’ (1579)”.


-“Asumir esto [que las mujeres no pueden recibir la ordenación
sacerdotal] como una discriminación contra la mujer sólo muestra la
falta de comprensión de este sacramento, que no se trata de un poder terrenal, sino de la representación de Cristo, el Esposo de la Iglesia“.


-“Los que mueren en pecado mortal sin haberse arrepentido serán separados de Dios para siempre (1033)”.


-“Muchos se preguntan hoy por qué la Iglesia está todavía allí, aunque los obispos prefieren desempeñar el papel de políticos en lugar de proclamar el Evangelio como maestros de la fe”.


-“El castigo de la eternidad del infierno es una realidad
terrible, que -según el testimonio de la Sagrada Escritura- atrae hacia
sí a todos aquellos que ‘mueren en estado de pecado mortal’ (1035)”.


-“Ocultar estas y otras verdades de fe y enseñar a la gente en consecuencia, es el peor engaño del que el Catecismo
advierte enfáticamente. Representa la prueba final de la Iglesia y
lleva a la gente a un engaño religioso de mentiras, al ‘precio de su
apostasía de la verdad’ (675); es el engaño del Anticristo“.


He aquí el texto completo de la declaración:


Declaración de Fe


“¡No se turbe vuestro corazón!” (Jn 14, 1)


Ante la creciente confusión en la enseñanza de la doctrina de la fe,
muchos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos de la Iglesia Católica
me han pedido dar testimonio público de la verdad de la Revelación. Es
tarea de los pastores guiar a los que se les ha confiado por el camino
de la salvación. Esto sólo puede tener éxito si se conoce este camino y
ellos mismos siguen adelante. Acerca de esto, la palabra del apóstol nos
indica: “Porque sobre todo os he entregado lo que yo también recibí” (1
Co 15,3). Hoy en día muchos cristianos ya no son conscientes ni
siquiera de las enseñanzas básicas de la fe, por lo que existe un
peligro creciente de apartarse del camino que lleva a la vida eterna.
Pero sigue siendo tarea propia de la Iglesia conducir a las personas a
Jesucristo, luz de las naciones (cf. Lumen Gentium 1). En esta situación se plantea la cuestión de la orientación. Según Juan Pablo II, el Catecismo de la Iglesia Católica es una “norma segura para la doctrina de la fe” (Fidei Depositum
IV). Fue escrito con el objetivo de fortalecer a los hermanos y
hermanas en la fe, cuya fe es ampliamente cuestionada por la “dictadura
del relativismo” .


[Los números que aparecen en el texto corresponden al Catecismo de la Iglesia Caatólica.]


1. El Dios uno y trino, revelado en Jesucristo


La personificación de la fe de todos los cristianos se encuentra en
la confesión de la Santísima Trinidad. Nos hemos convertido en
discípulos de Jesús, hijos y amigos de Dios por el bautismo en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. La diferencia de las tres
personas en la unidad divina (254) marca una diferencia fundamental con
respecto a otras religiones en la creencia en Dios y en la imagen del
hombre. En la confesión a Jesucristo los espíritus se dividen. Él es
verdadero Dios y verdadero hombre, engendrado según su naturaleza humana
por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen María. El Verbo hecho
carne, el Hijo de Dios, es el único redentor del mundo (679) y el único
mediador entre Dios y los hombres (846). En consecuencia, la Primera
Carta de san Juan describe como Anticristo al que niega su divinidad (1
Juan 2,22), ya que Jesucristo, el Hijo de Dios, es desde la eternidad un
ser con Dios, su Padre (663). La recaída en antiguas herejías, que
veían en Jesucristo sólo a un buen hombre, a un hermano y amigo, a un
profeta y a un moralista, debe ser combatida con clara determinación. Él
es ante todo el Verbo que estaba con Dios y es Dios, el Hijo del Padre,
que asumió nuestra naturaleza humana para redimirnos y que vendrá a
juzgar a los vivos y a los muertos. Lo adoramos sólo a Él como el único y
verdadero Dios en unidad con el Padre y el Espíritu Santo (691).


2. La Iglesia


Jesucristo fundó la Iglesia como signo visible e instrumento de salvación, que subsiste
en la Iglesia Católica (816). Dio una constitución sacramental a su Iglesia, que surgió
“del costado de Cristo dormido en la Cruz” (766), y que permanece hasta su
consumación (765). Cristo Cabeza y los fieles como miembros del Cuerpo son una
persona mística (795), por eso la Iglesia es santa, porque el único mediador la ha
establecido y mantiene su estructura visible (771). A través de ellos, la obra de la
redención de Cristo se hace presente en el tiempo y en el espacio en la celebración de
los santos sacramentos, especialmente en el sacrificio eucarístico, la Santa Misa (1330).


La Iglesia transmite en Cristo la revelación divina que se extiende a
todos los elementos de la doctrina, “incluida la doctrina moral, sin la
cual las verdades de la salvación de la fe no pueden ser salvaguardas,
expuestas u observadas” (2035).


3. El orden sacramental


La Iglesia en Jesucristo es el sacramento universal de salvación
(776). Ella no se refleja a sí misma, sino a la luz de Cristo que brilla
en su rostro. Esto sucede sólo cuando no la mayoría ni el espíritu de
los tiempos sino la verdad revelada en Jesucristo se convierte en el
punto de referencia, porque Cristo ha confiado a la Iglesia católica la
plenitud de la gracia y de la verdad (819): Él mismo está presente en
los sacramentos de la Iglesia.


La Iglesia no es una asociación fundada por el hombre cuya estructura
es votada por sus miembros a voluntad. Es de origen divino. “El mismo
Cristo es la fuente del ministerio en la Iglesia. Él lo ha instituido,
le ha dado autoridad y misión, orientación y finalidad” (874). La
amonestación del apóstol sigue siendo válida hoy en día para que
cualquiera que predique otro evangelio sea maldecido, “aunque seamos
nosotros mismos o un ángel del cielo” (Gal 1,8). La mediación de la fe
está indisolublemente ligada a la credibilidad humana de sus mensajeros,
que en algunos casos han abandonado a los que les fueron confiados, los
han perturbado y han dañado gravemente su fe. Aquí la palabra de la
Escritura va dirigida a aquellos que no escuchan la verdad y siguen sus
propios deseos, que adulan a los oídos porque no pueden soportar la sana
enseñanza (cf. 2 Tim 4,3-4).


La tarea del Magisterio de la Iglesia es “proteger al pueblo de las
desviaciones y de las fallas y garantizarle la posibilidad objetiva de
profesar sin error la fe auténtica” (890). Esto es especialmente cierto
con respecto a los siete sacramentos. La Eucaristía es “fuente y cumbre
de toda la vida cristiana” (1324). El sacrificio eucarístico, en el que
Cristo nos implica en su sacrificio de la cruz, apunta a la unión más
íntima con Cristo (1382). Por eso, las Sagradas Escrituras, con respecto
a la recepción de la Sagrada Comunión, advierten: “’El que come del pan
y bebe de la copa del Señor indignamente, es reo del Cuerpo y de la
Sangre del Señor’ (1 Co 11,27). Quien tiene conciencia de estar en
pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de
acercarse a comulgar” (1385). De la lógica interna del sacramento se
desprende que los fieles divorciados por lo civil, cuyo matrimonio
sacramental existe ante Dios, los otros cristianos, que no están en
plena comunión con la fe católica, como todos aquellos que no están
propiamente dispuestos, no reciben la Sagrada Eucaristía de manera
fructífera (1457) porque no les trae la salvación. Señalar esto
corresponde a las obras espirituales de misericordia.


La confesión de los pecados en la confesión por lo menos una vez al
año pertenece a los mandamientos de la iglesia (2042). Cuando los
creyentes ya no confiesan sus pecados ni reciben la absolución, entonces
la redención cae en el vacío, ya que ante todo Jesucristo se hizo
hombre para redimirnos de nuestros pecados. El poder del perdón que el
Señor Resucitado ha conferido a los apóstoles y a sus sucesores en el
ministerio de los obispos y sacerdotes se aplica también a los pecados
graves y veniales que cometemos después del bautismo. La práctica actual
de la confesión deja claro que la conciencia de los fieles no está
suficientemente formada. La misericordia de Dios nos es dada para
cumplir sus mandamientos a fin de convertirnos en uno con su santa
voluntad y no para evitar la llamada al arrepentimiento (1458).


“El sacerdote continúa la obra de redención en la tierra” (1589). La
ordenación sacerdotal “le da un poder sagrado” (1592), que es
insustituible, porque a través de él Jesucristo se hace sacramentalmente
presente en su acción salvífica. Por lo tanto, los sacerdotes eligen
voluntariamente el celibato como “signo de vida nueva” (1579). Se trata
de la entrega en el servicio de Cristo y de su reino venidero. En cuanto
a la recepción de la consagración en las tres etapas de este
ministerio, la Iglesia se reconoce a sí misma “vinculada por esta
decisión del Señor. Esta es la razón por la que las mujeres no reciben
la ordenación” (1577). Asumir esto como una discriminación contra la
mujer sólo muestra la falta de comprensión de este sacramento, que no se
trata de un poder terrenal, sino de la representación de Cristo, el
Esposo de la Iglesia.


4. La ley moral


La fe y la vida están inseparablemente unidas, porque la fe sin obras
está muerta (1815). La ley moral es obra de la sabiduría divina y
conduce al hombre a la bienaventuranza prometida (1950). En
consecuencia, “el conocimiento de la ley moral divina y natural es
necesario para hacer el bien y alcanzar su fin” (1955). Su observancia
es necesaria para la salvación de todos los hombres de buena voluntad.
Porque los que mueren en pecado mortal sin haberse arrepentido serán
separados de Dios para siempre (1033). Esto lleva a consecuencias
prácticas en la vida de los cristianos, entre las cuales deben
mencionarse las que hoy se oscurecen con frecuencia: (cf. 2270-2283;
2350-2381). La ley moral no es una carga, sino parte de esa verdad
liberadora (cf. Jn 8,32) por la que el cristiano recorre el camino de la
salvación, que no debe ser relativizada.


5. La vida eterna


Muchos se preguntan hoy por qué la Iglesia está todavía allí, aunque
los obispos prefieren desempeñar el papel de políticos en lugar de
proclamar el Evangelio como maestros de la fe. La visión no debe ser
diluida por trivialidades, pero el proprium de la Iglesia debe ser
tematizado. Cada persona tiene un alma inmortal, que es separada del
cuerpo en la muerte, esperando la resurrección de los muertos (366). La
muerte hace definitiva la decisión del hombre a favor o en contra de
Dios. Todo el mundo debe comparecer ante el tribunal inmediatamente
después de su muerte (1021). O es necesaria una purificación o el hombre
llega directamente a la bienaventuranza celestial y puede ver a Dios
cara a cara. Existe también la terrible posibilidad de que un ser humano
permanezca en contradicción con Dios hasta el final y, al rechazar
definitivamente su amor, “condenarse inmediatamente para siempre”
(1022). “Dios que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti” (1847). El
castigo de la eternidad del infierno es una realidad terrible, que
-según el testimonio de la Sagrada Escritura- atrae hacia sí a todos
aquellos que “mueren en estado de pecado mortal” (1035). El cristiano
pasa por la puerta estrecha, porque “ancha es la puerta y espacioso el
camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella”
(Mt 7,13).


Ocultar estas y otras verdades de fe y enseñar a la gente en
consecuencia, es el peor engaño del que el Catecismo advierte
enfáticamente. Representa la prueba final de la Iglesia y lleva a la
gente a un engaño religioso de mentiras, al “precio de su apostasía de
la verdad” (675); es el engaño del Anticristo. “Él engañará a los que se
pierden por toda clase de injusticia, porque se han cerrado al amor de
la verdad por la cual debían ser salvados” (2 Tesalonicenses 2,10).


Invocación


Como obreros de la viña del Señor, tenemos todos la responsabilidad
de recordar estas verdades fundamentales adhiriéndonos a lo que nosotros
mismos hemos recibido. Queremos animar a la gente a caminar por el
camino de Jesucristo con decisión para alcanzar la vida eterna
obedeciendo sus mandamientos (2075).


Pidamos al Señor que nos haga saber cuán grande es el don de la fe
católica, que abre la puerta a la vida eterna. “Porque quien se
avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y
pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga
en la gloria de su Padre con los santos ángeles” (Mc 8, 38). Por lo
tanto, estamos comprometidos a fortalecer la fe, en la que confesamos la
verdad, que es el mismo Jesucristo.


Estas palabras también se dirigen en particular a nosotros, obispos y
sacerdotes, cuando Pablo, el apóstol de Jesucristo, da esta
amonestación a su compañero de armas y sucesor Timoteo: “Te conjuro en
presencia de Dios y de Cristo Jesús que ha de venir a juzgar a vivos y
muertos, por su Manifestación y por su Reino: “Proclama la Palabra,
insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda
paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no
soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias
pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír
novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas.
Tú, en cambio, pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos,
realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu
ministerio.” (2 Tim 4,1-5).


Que María, la Madre de Dios, nos implore la gracia de aferrarnos a la verdad de Jesucristo sin vacilar.


Unido en la fe y en la oración.


Cardenal Gerhard Müller, 10 de febrero de 2019

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