Celebración de inicio del Año de la Vida Consagrada

Inicio del Año de la Vida Consagrada

El pasado sábado 29 de diciembre, las congregaciones de vida consagrada de la diócesis celebraron el inicio del Año de la Vida consagrada.

Se reunieron en el Colegio Nuestra Señora de los Remedios  de las Hijas de la Caridad en Santiago, donde D. Jesús Fernández, obispo auxiliar, dirigió un retiro espiritual.

Ya a partir de las 19:30h. celebraron, en la Iglesia de las Huerfanas la Eucaristía solemne presidida por el Arzobispo D. Julián y D. Jesús Fernández.

D. Julián les exhortó a los religiosos a «vivir el presente con pasión, empeñándoos en el compromiso de la evangelización con el testimonio de la belleza del seguimiento de Cristo».

Homilía de D. Julián Barrio Barrio

Al comienzo del Año de la Vida Consagrada con las congregaciones de la Diócesis de Santiago de Compostela

Cuando el Papa convocaba el Año de la Vida Consagrada, transcurridos 50 años del Concilio Vaticano II, reconociendo que este período de tiempo ha sido un tiempo de gracia para la vida consagrada, en cuanto marcados por la presencia del Espíritu Santo que nos lleva a vivir también las debilidades e infidelidades como experiencia de la misericordia y del amor de Dios, pensaba que este año ha de ser una  ocasión para recordar “con memoria agradecida” el pasado reciente.

Era también una llamada a “abrazar al futuro con esperanza”, cuando la Vida Consagrada se ve afectada también por la crisis que atraviesa la sociedad y la misma Iglesia. Una crisis que ha de ser considerada como ocasión favorable para el crecimiento en profundidad y, por tanto de esperanza, motivada por la certeza de que la Vida Consagrada no podrá desaparecer nunca de la Iglesia ya que “fue querida por el mismo Jesús como parte irremovible de su Iglesia”.

Este convencimiento ha de llevaros, queridos consagrados, a “vivir el presente con pasión”, empeñándoos en el compromiso de la evangelización con el testimonio de la belleza del seguimiento de Cristo en las múltiples formas en que se desarrolla vuestra vida, que os hace ser felices y hace felices a quienes os observan, y apoyándoos en los criterios del Evangelio, en el carisma de vuestro Fundador o Fundadora, bajo la guía del Espíritu y de la compañía de la Iglesia, dejando a los carismas recuperar su libertad para descubrir la gran verdad de la consagración con alegría. Las cosas de Dios más que entenderlas, hay que padecerlas en el sentir de Santa Teresa de Jesús. La vida religiosa sólo tendrá futuro si está dispuesta a contemplar y palpar la realidad, pues sólo esta tiene presente. Dios lo sabe bien, hay lecciones duras en la historia y en la vida personal que nos ayudan a recuperar el interés de lo esencial, siempre de la mano de los más débiles, despertando al mundo con el testimonio profético y la presencia serena en las periferias existenciales de la pobreza y del pensamiento. Os acompañamos con nuestra oración y sentimos la necesidad de amaros por lo que Dios hace y dice a través de vosotros, viendo la Vida Consagrada, como evangelio en la historia humana. ¡Dios os ama, corresponded a su amor!


¡Velad! El año litúrgico comienza con esta exigencia: velad, permaneced despiertos, que no se sabe cuando vendrá el Señor. No sabemos cuando vendrá el Señor a nuestra vida y a nuestra muerte. A cada uno se pide una tarea. Al portero, y en esta imagen se puede ver a la Iglesia y a cada uno de nosotros, se le ha encomendado la vigilancia.  El portero no debe abandonar el puesto si no tiene un sustituto, debe cerrar la puerta, vigilar sobre quien entra y sale, estar atento a los ladrones, vigilar siempre. La suya es una vida de atención constante con la mente y el corazón. Lo opuesto a esta actitud es la desesperación de no esperar nada viviendo en la resignación, como también la acedia o el sueño espiritual de quien espera pero no hace nada por acercarse a lo esperado. Una sal disipada, una lámpara apagada, una levadura incapaz de fermentar no sirven para nada. Hay que saber esperar y querer dominar el ritmo de la vida, asumiendo contradicciones, aparentes fracasos, críticas, cruces. De otra forma sucumbiremos al “gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en la cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad”, como dice el Papa. ¡Es hora de despertarnos del sueño! El Señor nos dice: ¡Velad! Se trata de velar por los bienes de Él. Hagamos lo que hagamos, no trabajamos para nosotros mismos sino para Él: no construimos nuestro reino, sino su reino.

Para este trabajo hemos sido equipados con los dones de la gracia para llevar a cabo nuestra tarea “mientras esperamos la manifestación gloriosa de nuestro Señor Jesucristo”. Pero nosotros no esperamos esa manifestación del Señor en la ociosidad, sino que trabajamos activamente pues el don que nos ha dado es para hacerlo fructificar en buenas obras. “En Cristo hemos sido enriquecidos en todo”: en el don del saber, en el del testimonio, en el de la palabra. Dios colabora con nosotros manteniéndonos firmes en los momentos de inseguridad y de cansancio cuando nos dedicamos a la obra de Dios. No podemos estar desanimados, sin pasión por vivir, apáticos. De la apatía hemos de pasar a la simpatía con Dios y con los demás.

Tal vez tenemos que exclamar como el profeta Isaías. “¿Por qué nos extravías de tus caminos y endureces nuestro corazón para que no tema?”. Estamos tan perdidos en  nuestros intereses mundanos que no se invoca el nombre del Señor ni hay esfuerzo por aferrarse a él. Somos conscientes de nuestras propias culpas. El presunto florecimiento de nuestra cultura es como follaje marchito, arrebatado por el viento. Conocer la fidelidad de Dios nos lleva a exclamar: “Ojalá rasgases los cielos y bajases”. Le decimos a Dios Padre: “Piensa que a pesar de nuestra ingratitud somos todos obra de tu mano, la arcilla que Tú como alfarero siempre puedes remodelar”. ¡”Ven, Señor, Jesús!”. Amén

Barca de Santiago / Diciembre 2014