Antonio Francisco María Nofuentes
es fraile de la Orden de los Siervos de María, conocidos como servitas,
tiene 49 años y desde hace varios años es capellán de hospital. Sin
embargo, en este tiempo de pandemia este religioso ha sido también
víctima del coronavirus, que le hizo pasar de visitar enfermos a ser él
el visitado. Pero una vez recuperado tras unas semanas muy duras vuelve
al pie del cañón para seguir asistiendo espiritualmente a quien lo
necesite.
Tras más de mes y medio primero enfermo y luego en aislamiento, este fraile afirma a El Periodic que “a partir de ahora voy a tener una actitud distinta de cara al enfermo, ha sido una lección de vida ponerme en su piel” y también “un tiempo fuerte de encuentro con Dios”.
Una primera semana muy dura
Un apretón de manos con un laico a principios de marzo le produjo el contagio. Y ahí empezó el periplo de este capellán. “La primera semana fue realmente dura, pensaba que era una gripe fuerte, la cabeza me iba a estallar”.
Pero en cuanto pudo, dado su trabajo con personas de riesgo, se hizo
el test del coronavirus por una clínica privada y salió positivo.
Gracias a su decisión de aislarse antes incluso de saber el resultado,
no hubo más contagios ni en la comunidad de frailes ni en el hospital
Dr. Moliner, donde al tratarse de un centro para enfermos crónicos, existía un gran riesgo.
Este religioso considera que “vivir una pandemia solo y enfermo es
algo terrible” aunque él mismo se considera un privilegiado debido a “todos los que me han apoyado en mi comunidad”.
De hecho, en todo el tiempo “de sufrimiento y de aislamiento” que
vivió confiesa que sus pensamientos se iban a “todas las personas que
están solas, sin familiares, y en todos los enfermos crónicos a los que
sirvo en el hospital”.
“Redescubrimiento de mi vocación”
En un plano más espiritual, el padre Antonio asegura que este tiempo ha sido “de redescubrimiento de mi vocación, de agarrarme a lo fundamental” porque “tienes mucho tiempo para pensar, y al final, estás a solas con Dios, y el Señor nunca me ha abandonado”.
El fraile servita ha expresado su deseo de que “podamos vivir el
confinamiento como un tiempo de gracia, de centrarnos en el ser, porque
el activismo nos pierde a todos”. Y además, al ser capellán de hospital
“ha sido una experiencia muy importante pasar de todo lo que sabemos de
teoría sobre una enfermedad y sobre el sentir del enfermo, a vivirlo en
la práctica”. Cuando es uno mismo el que está enfermo, “todas las palabras de aliento y de esperanza que decimos los capellanes adquieren un valor especial”. Le ha ayudado, en definitiva, a “recuperar la sensibilidad por el enfermo, a que no se pierda por la rutina”.
La importancia de la comunión diaria y la exposición al Santísimo
¿Qué ha sido fundamental en este tiempo para él? “La liturgia de
las horas, los momentos de oración, y tener acceso a la comunión diaria y
a la exposición del Santísimo, desde una zona apartada, separada de los
hermanos”. También ha rezado especialmente “por todos los
sacerdotes afectados por el virus, también por los que han muerto
entregando su vida, haciendo el bien hasta el final”.
En esta pandemia, “se pone en especial valor el trabajo que
hacemos los capellanes en nombre de la Iglesia, de acoger la persona que
tengo delante”. La imagen de tantas personas que mueren solas “es
escalofriante” y “nunca tenemos que verlos como números anónimos”. Ni
siquiera en esta crisis sanitaria “perdemos nuestra condición de
personas, de sujetos únicos, amados por Dios en nuestra individualidad”.
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