Pablo Cervera entrevista para Religión en Libertad al predicador de la Casa Pontificia
Son muchos los amigos del padre Raniero Cantalamessa, OFMCap. Me encuentro entre ellos con una relación que dura desde hace muchos años. Relación de oración recíproca, relación de trabajo con decenas de traducciones, relación que sirve para llevar su predicación a todo el mundo hispano.
No puedo ocultar la alegría que sentí al conocer la noticia del anuncio del Papa Francisco de crearlo cardenal. Doy gracias al Santo Padre y doy gracias al Señor y rezo por las nuevas tareas que vendrán. A pesar de sus 86 años su espíritu sigue siendo joven.
-Muchos piensan que el cardenalato es el final de la carrera eclesiástica. A tu edad creo que el objetivo es otro. ¿Qué significa el cardenalato para ti? ¿Qué experimentaste al conocer esta llamada del Santo Padre?
-El cardenalato debe ser si acaso el final de un servicio, no de una carrera, aunque en el pasado ha sido a menudo precisamente esto: el punto de llegada de la carrera eclesiástica. La figura del cardenal ha cambiado mucho después del Concilio y, creo, a mejor, como, por lo demás, ha cambiado la figura del Papa. En primer lugar, ya no es prerrogativa de italianos, franceses, españoles y algún otro europeo. Se ha hecho universal y cada nuevo consistorio solo confirma esta tendencia.
»A la figura tradicional del cardenal que presta servicio en la Curia vaticana o al frente de grandes diócesis, se ha añadido la nueva categoría de cardenales mayores de 80 años y por así decirlo, honoris causa. Afortunadamente, pertenezco a esta última categoría, que comparte los honores de los cardenales efectivos sin compartir las cargas que a menudo son tales, especialmente hoy en día, que hacen temblar sus venas y muñecas, como decimos en Italia.
-Cuarenta años de predicación papal son, sí, una hermosa carrera detrás de la Palabra de Dios. San Pablo hablaba de una hermosa carrera (Flp 3,12): “Esto no significa que haya logrado la meta o alcanzado la perfección, pero sigo mi carrera con la esperanza de alcanzarlo, habiendo sido alcanzado por Cristo Jesús”. ¿Puedes leer tu vida a la luz de este hermoso versículo?
–Ningún predecesor mío en el cargo ha durado tanto tiempo. Cuando alguien me pregunta el por qué de esto, respondo (y no estoy bromeando) que la razón es que los Papas probablemente se dieron cuenta de que este es el lugar donde el padre Cantalamessa puede hacer menos daño a la Iglesia.
»En una meditación en la Casa Pontificia, dije en uno de mis primeros sermones en presencia de Juan Pablo II, que continuaba haciendo toda mi vida el humilde trabajo que hacía de niño: llevar agua a los segadores. Solamente cambiaron los segadores, que ahora eran los obreros de la viña del Señor, y el agua que llevo, que ahora es la Palabra de Dios.
»Ahora, retirado al Eremo del Amor Misericordioso de Cittaducale desde hace unos seis años, el Señor me ha dado la oportunidad de estar, por así decirlo, junto al pozo, en la soledad del desierto, y por lo tanto puedo beber durante mucho tiempo, y no solo llevar de beber a los demás. También por esto me gustaría dar gracias a Dios.
-Tuve la alegría, por expreso deseo de san Juan Pablo II, de traducir y publicar el monumental libro La Capilla “Redemptoris Mater” de Juan Pablo II, editado en España por Monte Carmelo. Has predicado allí docenas de veces. ¿Qué experimentas predicando a la Curia romana? ¿En ese lugar?
-Conozco el precioso volumen que editaste en la edición española sobre los mosaicos del padre Marko I. Rupnik en la Capilla Redemptoris Mater. Allí se tienen las meditaciones y a menudo, durante las predicaciones, puedo levantar la mano y señalar a los oyentes algún detalle donde el misterio evocado está “escrito” en colores.
-A veces, incluso ante cardenales y obispos, te he oído gritar: Iglesia, ¡¡no tengas miedo!! ¿Está vinculado ese grito con la invitación de San Juan Pablo II? ¿Tiene otro origen?
-El día que el superior general me permitió dejar la universidad, me acerqué a la Plaza de San Pedro. Quería rezar en la tumba del apóstol, para obtener el don de la fe en la predicación. Acababa de leer en el breviario el pasaje del profeta Ageo (2,4) que dice: “Ánimo, pues, Zorobabel, oráculo del Señor; ánimo también tú, Josué, hijo de Josadac, sumo sacerdote. ¡Ánimo gentes todas!, oráculo del Señor. ¡Adelante, que estoy con vosotros!, oráculo del Señor del universo”.
»En un momento dado, me sentí empujado a mirar la ventana del Papa y exclame en voz alta (¡fue fácil, era octubre, estaba lloviendo y no había nadie alrededor!): “¡Coraje, Juan Pablo II, coraje cardenales, obispos y sacerdotes, y al trabajo, porque estoy con vosotros, dice el Señor!”
»La primera vez que tuve que hablar en presencia del Papa, conté lo que me había sucedido bajo su ventana. Dirigiéndome al Papa y a los presentes, proclamé esas palabras de nuevo, no como una cita, sino como una palabra profética para ese momento. No querría equivocarme, pero me pareció notar que en ese momento se convertía en una palabra activa y eficaz, que producía lo que significaba, a pesar de que Juan Pablo II era la última persona en el mundo a la que era necesario recomendar que tuviera valor.
-En uno de tus libros (El misterio de Pentecostés, “El oficio de la predicación”) traduje palabras atrevidas tuyas pero muy verdaderas: invitabas a los obispos a dedicar sacerdotes como predicadores sin que estos fueran lo restante después de elegir a los destinados “a estudios académicos, gobierno, diplomacia y formación de los jóvenes” y otras necesidades diocesanas. Háblanos, por favor, de la importancia de la predicación en la Iglesia y para la Nueva Evangelización. ¿Es todavía cierto el dicho fides ex auditu? ¿Cómo suscitar vocaciones a la predicación?
-Me llamó la atención leer las declaraciones de dos teólogos conocidos. Henri de Lubac escribió: “El ministerio de la predicación no es la vulgarización de una enseñanza doctrinal en una forma más abstracta, que sería anterior y superior a él. Por el contrario, es la enseñanza doctrinal misma en su forma más elevada”. Y Hans Urs von Balthasar, a su vez, habla de la “misión de predicar en la Iglesia, a la que está subordinada la misma misión teológica”.
»La Iglesia no sólo necesita tener teólogos y predicadores, ¡necesita tener teólogos predicadores y predicadores teólogos! Capaces de dialogar con la cultura, de hacer la síntesis entre la fe y la razón.
»La fe, por lo tanto, como tal, florece solo en presencia del kerygma o el anuncio. “¿Cómo podrán creer -escribe el Apóstol, hablando de fe en Cristo-, sin escucharlo? ¿Y cómo podrán escucharlo sin que nadie lo anuncie?”. Literalmente, “sin que alguien proclame el kerygma”. Y concluye: “La fe depende, por lo tanto, de la escucha de la predicación”, donde por “predicación” se entiende lo mismo que el “evangelio” o el kerygma. Por lo tanto, la fe viene de escuchar a la predicación.
-Predicar es dar vida…
-“La predicación cristiana -dijo Kierkegaard– es comunicación de la existencia, no de doctrina”. Digamos quizá mejor: es comunicación de existencia incluso cuando es comunicación de doctrina. San Pablo estaba tan convencido de ello que comparó el anuncio del Evangelio con la generación carnal, por la cual uno se convierte en padre: “Aunque tuvierais diez mil tutores en Cristo -escribe a los cristianos de Corinto- no tienes muchos padres; porque soy yo quien os ha engendrado en Cristo Jesús, a través del anuncio del Evangelio”.
La célebre visita del padre Cantalamessa en 2009 a las (entonces) clarisas de Lerma, luego Iesu Communio.
-Los católicos españoles y de Hispanoamérica siguen desde hace años tus libros publicados por todas partes y con éxito. Tomo como testamento tuyo (¡por el amor de Dios, sigue vivo, que no quiero matarte ni hacerme heredero tuyo!) Los misterios de la vida de Cristo y el libro Comentario al Veni Creator. ¿Qué piensas de ello? ¿Tienes algún otro preferido? Te pediría una palabra para los católicos españoles.
-Yo también he tenido la suerte de tener al padre Pablo Cervera como editor de mis libros en lengua española y todo autor sabe lo mucho que debe a un buen traductor. Has recordado muchos de mis libros traducidos y me preguntas cuáles mantengo que son más importantes. Junto a los que has mencionado tú, yo pondría La Eucaristía, nuestra santificación que formará parte de la voluminosa serie de Los misterios de Cristo ya traducida por ti y de próxima publicación [en Monte Carmelo]; en segundo lugar, la serie de las 40 meditaciones tenidas el Viernes Santo en San Pedro, La fuerza de la Cruz, la mayoría de las cuales también traducidas por ti. (¡Cuando empecé tú eras demasiado joven para ser traductor!).
»Aprovecho la ocasión de nuestro intercambio para hacer llegar a todos los que lean nuestra conversación en el sitio web mi saludo afectuoso y, si se me permite (aunque no soy y ni llegaré a ser obispo) mi bendición.
Grazie, caro Padre Raniero. Dio ti benedica.