En el Angelus de este domingo en la Plaza de San Pedro, Francisco comentó el Evangelio del día, con la confesión de Pedro sobre la condición divina y mesiánica de Jesucristo: “«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». Jesús le respondió: «¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos»”.
Con esta conversación, Jesús quiere “conducir a sus discípulos a dar el paso decisivo en su relación con Él“, dice el Papa.
“Confesar a Jesús” como hace Pedro “es una gracia del Padre”, añade: “Decir que Jesús es el Hijo de Dios vivo, que es el Redentor, es una gracia que debemos pedir: ‘Señor, dame la gracia de confesar a Jesús‘”.
Al otorgar a Pedro la cabeza de la Iglesia tras esa proclamación de divinidad, Jesús hace comprender a Simón que “la fe que acaba de manifestar es la ‘piedra’ inquebrantable sobre la que el Hijo de Dios quiere construir su Iglesia, es decir, la Comunidad. Y la Iglesia avanza siempre sobre la fe de Pedro, sobre esa fe que Jesús reconoce [en Pedro] y lo convierte en jefe de la Iglesia”.
El Papa invitó a hacerse la misma pregunta de Jesús a sus discípulos: “¿Quién decís que soy yo?”. “Todos debemos dar una respuesta no teórica”, dijo, “sino que implique la fe, esto es, la vida, porque la fe es vida”. Esa respuesta “nos exige también a nosotros, como a los primeros discípulos, escuchar interiormente la voz del Padre y en consonancia con lo que la Iglesia, congregada en torno a Pedro, continúa proclamando. Se trata de comprender quién es Cristo para nosotros: si Él es el centro de nuestra vida, si Él es el fin de todo nuestro compromiso en la Iglesia, de nuestro compromiso en la sociedad”.
“Pero, atención”, alertó Francisco: “La caridad siempre es la vía principal del camino de fe, de la perfección de la fe. Pero es necesario que las obras de solidaridad, las obras de caridad que hagamos, no nos aparten el contacto con el Señor Jesús. La caridad cristiana no es simple filantropía, sino, por una parte, mirar al otro con los mismo ojos de Jesús, y, por otra parte, ver a Jesús en el rostro del pobre”.
“Ésta es la auténtica vía de la caridad cristiana: con Jesús en el centro, siempre“, concluyó.