Amarás al Señor tu Dios

Deuteronomio 6, 2-6
Hebreos 7, 23-28
Marcos 12, 28b-34

Un día se acercó a Jesús uno de los escribas, preguntándole cuál era el
primer mandamiento de la Ley y Jesús respondió citando las palabras de
ésta: «Escucha Israel: el Señor es nuestro Dios, uno sólo es el Señor.
Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con
todas tus fuerzas», que hemos oído, e hizo de ellas el «primero de los
mandamientos». Pero Jesús añadió de inmediato que hay un segundo
mandamiento semejante a éste, y es: «Amarás a tu prójimo como a ti
mismo». 

Para comprender el sentido de la pregunta del escriba y
de la respuesta de Jesús, es necesario tener en cuenta algo. En el
judaísmo del tiempo de Jesús había dos tendencias opuestas. Por un lado
estaba la tendencia a multiplicar sin fin los mandamientos y preceptos
de la Ley, previendo normas y obligaciones para cada mínimo detalle de
la vida. Por otro se advertía la necesidad opuesta de descubrir, por
debajo de este cúmulo asfixiante de normas, las cosas que verdaderamente
cuentan para Dios, el alma de todos los mandamientos. 

 
El
interrogante del escriba y la respuesta de Jesús se introducen en esta
línea de búsqueda de lo esencial de la ley, para no dispersarse entre
miles preceptos secundarios. Y es justamente esta lección de método la
que deberíamos aprender sobre todo del Evangelio de este día. Hay cosas
en la vida que son importantes, pero no urgentes (en el sentido de que
si no las haces, aparentemente no pasa nada); y viceversa, hay cosas que
son urgentes pero no importantes. Nuestro riesgo es sacrificar
sistemáticamente las cosas importantes para correr detrás de las
urgentes, frecuentemente del todo secundarias. 

 
¿Cómo
prevenirnos de este peligro? Una historia nos ayuda a entenderlo. Un
día, un anciano profesor fue llamado como experto para hablar sobre la
planificación más eficaz del tiempo a los mandos superiores de algunas
importantes empresas norteamericanas. Entonces decidió probar un
experimento. De pie, frente al grupo listo para tomar apuntes, sacó de
debajo de la mesa un gran vaso de cristal vacío. A la vez tomó también
una docena de grandes piedras, del tamaño de pelotas de tenis, que
colocó con delicadeza, una por una, en el vaso hasta llenarlo. Cuanto ya
no se podían meter más, preguntó a los alumnos: «¿Os parece que el vaso
está lleno?», y todos respondieron: «¡Sí!». Esperó un instante e
insistió: «¿Estáis seguros?». 

 
Se inclinó de nuevo y sacó de
debajo de la mesa una caja llena de gravilla que echó con precisión
encima de las grandes piedras, moviendo levemente el vaso para que se
colara entre ellas hasta el fondo. «¿Está lleno esta vez el vaso?»,
preguntó. Más prudentes, los alumnos comenzaron a comprender y
respondieron: «Tal vez aún no». «¡Bien!», contestó el anciano profesor.
Se inclinó de nuevo y sacó esta vez un saquito de arena que, con
cuidado, echó en el vaso. La arena rellenó todos los espacios que había
entre las piedras y la gravilla. Así que dijo de nuevo: «¿Está lleno
ahora el vaso?». Y todos, sin dudar, respondieron: «¡No!». En efecto,
respondió el anciano, y, tal como esperaban, tomó la jarra que estaba en
la mesa y echó agua en el vaso hasta el borde. 

 
En ese
momento, alzó la vista hacia el auditorio y preguntó: «¿Cuál es la gran
verdad que nos muestra ese experimento?». El más audaz, pensando en el
tema del curso (la planificación del tiempo), respondió: «Demuestra que
también cuando nuestra agenda está completamente llena, con un poco de
buena voluntad, siempre se puede añadir algún compromiso más, alguna
otra cosa por hacer». «No -respondió el profesor-; no es eso. Lo que el
experimento demuestra es otra cosa: si no se introducen primero las
piedras grandes en el vaso, jamás se conseguirá que quepan después».
Tras un instante de silencio, todos se percataron de la evidencia de la
afirmación. Así que prosiguió: «¿Cuáles son las piedras grandes, las
prioridades, en vuestra vida? ¿La salud? ¿La familia? ¿Los amigos?
¿Defender una causa? ¿Llevar a cabo algo que os importa mucho? Lo
importante es meter estas piedras grandes en primer lugar en vuestra
agenda. Si se da prioridad a miles de otras cosas pequeñas (la gravilla,
la arena), se llenará la vida de nimiedades y nunca se hallará tiempo
para dedicarse a lo verdaderamente importante. Así que no olvidéis
plantearos frecuentemente la pregunta: “¿Cuáles son las piedras grandes
en mi vida?” y situarlas en el primer lugar de vuestra agenda». A
continuación, con un gesto amistoso, el anciano profesor se despidió del
auditorio y abandonó la sala. 

 
A las «piedras grandes»
mencionadas por el profesor -la salud, la familia, los amigos…- hay
que añadir dos más, que son las mayores de todas: los dos mandamientos
mayores: amar a Dios y amar al prójimo. Verdaderamente, amar a Dios, más
que un mandamiento es un privilegio, una concesión. Si un día lo
descubriéramos, no dejaríamos de dar gracias a Dios por el hecho de que
nos mande amarle, y no querríamos hacer otra cosa más que cultivar este
amor.

Raniero Cantalamessa

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