Cistercienses-Sobrado dos Monxes

Adviento con pandemia en San Giovanni Rotondo, cada fraile aislado, pero rezando y animando a rezar

Cistercienses-Sobrado dos Monxes

Fray Carlo María Laborde, guardián del convento de San Giovanni Rotondo, ha sido entrevistado en Zenit por José María Zavala, biógrafo de San Pío de Pietrelcina, director de cine, escritor y periodista, quien lo conoció en mayo de 2010 cuando era el superior del convento del Padre Pío.

“El coronavirus, que en la primera fase no nos afectó, en esta segunda oleada nos ha embestido de lleno. Varios hermanos de la Fraternidad de Capuchinos de San Giovanni Rotondo hemos dado positivo en los análisis preceptivos“, explica el religioso capuchino.

“De inmediato, nuestro arzobispo, monseñor Franco Moscone, decidió reducir al mínimo las actividades en el santuario, clausurando el recorrido de los peregrinos por los lugares donde vivió el Padre Pío, incluida la cripta donde se conservan sus restos mortales”.

Debido a la pandemia ahora sólo se celebran tres misas diarias entre semana en la iglesia de Santa María de las Gracias, sin participación de los fieles, y sólo dos misas los domingos con asistencia del pueblo de Dios.

Cada fraile aislado en su celda

“Los frailes afectados por el Covid-19 permanecemos aislados, cada uno en su propia celda, sin contacto personal entre nosotros para evitar la expansión del virus”, explica fray Carlo, que ha dado positivo pero no tiene síntomas.

“Estos días de aislamiento me permiten, eso sí, dedicar más tiempo a la oración y a la celebración de la Eucaristía. En cierto sentido, experimento una dolorosa experiencia que, asumida en unión con la Pasión de Cristo, me hace formar parte de su gran plan de redención de los hombres”, añade.

“En estas circunstancias tan dolorosas, el Padre Pío nos enseña a aceptar el sufrimiento con fe y esperanza sabiendo, como afirma el Apóstol San Pablo, que “todo conduce al bien de los que aman a Dios”. El Padre Pío solía decir que no podía ver a un hermano sufrir sin que él también lo hiciese junto a él. De modo que el Padre Pío nos asegura ahora también desde el Cielo su intercesión ante el Señor para que tengamos la fuerza de sobrellevar esta prueba y salir de ella con renovada fe y esperanza”, explica el religioso.

Con oración, ser cireneos de los que sufren

“El Padre Pío nos enseña ante todo a aceptar el dolor como participación en los sufrimientos de Jesucristo, con espíritu de oración y amor a los hermanos, para convertirnos en esos buenos cireneos que luchan por ayudar a quienes sufren y viven en soledad y abandono. El hospital que él quiso construir para los pobres y enfermos, Casa Alivio del Sufrimiento, es el testimonio más fehaciente de ese amor que debe brotar del corazón de todo cristiano enamorado de Dios”, explica fray Carlo.

El capuchino tiene un consejo para la gente que por el confinamiento se encuentra pasando días enteros en casa: “Aconsejo a quien aún no conozca al Padre Pío que lea alguna biografía suya para saber su experiencia de vida, espiritualidad y grado de santidad que nos alienta en la entrega y fidelidad a Cristo. Su espíritu de oración también nos empuja a cultivar la esperanza, abandonándonos en manos de Dios Padre, que nos ama infinitamente”.

Una oportunidad para corregir nuestras vidas

Fray Carlo cree que “el Padre Pío nos enseña también a leer los signos de los tiempos y a comprender que esta experiencia dolorosa del coronavirus constituye una gran oportunidad de conversión para corregir nuestras vidas y adecuarlas a la Ley de Dios y el espíritu del Evangelio”.

Eso incluye acercarse a los sacramentos, incluso con las limitaciones de la pandemia. “Necesitamos los sacramentos. Que este tiempo complicado nos ayude a buscar la salvación en Cristo, único Redentor de la humanidad, ayer, hoy y siempre. Él nos salva a través de su Iglesia santa, católica y apostólica. El Padre Pío nos enseña a amar a la Iglesia y a buscar en ella y en los sacramentos, la gracia y la fuerza que nos permite sobrellevar las pruebas de la vida y santificar toda nuestra existencia“, concluye el capuchino.

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