A Dios lo encuentro… viviendo intensamente el presente

Creo que el arte de vivir es el arte de observar las cosas en su presente. El
caminante, el peregrino, hace de cada tierra su hogar. Echa raíces
donde pisa, ama lo que ve. Contempla la vida en un presente continuo. En
un instante sagrado en el que se juega todo. Me gusta vivir así. A pie.
Paso a paso. Sin prisas por los caminos de Dios. Acariciando la vida.

Sé que a veces la necesidad me urge a vivir corriendo. Sin mirar lo
que sucede ahora. Sin valorar el presente, sin guardarlo como un gran
tesoro. Me da miedo convertirme en un consumidor de tiempo. En un
vividor de vidas. En un alma inquieta incapaz de detenerse guardando
silencio. Contemplando callado. Reteniendo el aliento de cada segundo.


Deseo aprender a absorber los instantes preciosos de mi camino. La
naturaleza que me impresiona y que no cabe toda ella recogida en una
foto. Porque el momento no lo puedo contener para siempre en una sola
imagen. En seguida pasa a ser un recuerdo sagrado que conservo muy
dentro. Y mis palabras no logran descifrarlo.


Es demasiada la belleza de la vida como para encadenarla en un papel y
retenerla en un recuerdo. Me asombro de nuevo. Pero me cuesta vivir así
siempre.


Sé muy bien que de mí depende aprender a hacerlo. Vivir sin pasar por
encima de lo que vivo y siento. De las personas que hallo en mi camino.
En las que encuentro la huella sagrada de Dios. A veces quiero poseer y
retener lo que me sucede. Como si no fuera eterno. Pero lo es.


El otro día leía: Esa tendencia innata de retener y de poseer es
el obstáculo más grande para la unión con Dios. La razón por la cual
somos posesivos es porque nos sentimos separados de Dios. Cuando
retornamos a Dios dejamos ir todo lo que deseamos poseer. No hay nada
más deseable y que nos deleite más que la sensación de que Dios está
presente. La mejor manera de recibir es regalando. Si le devuelves todo a
Dios siempre estarás abierto y cuando estás abierto, habrá espacio para
Dios
.


Vivir en presente supone entonces vivir desprendido de tantas cosas
que me atan y me alejan de Dios. De tantos miedos y seguros. No quiero
retener lo que ahora observo. El instante que vivo. El amor que entrego o
recibo. Ese sueño que brilla en el centro de mi alma.


Quiero entregárselo todo a Dios ahora. En un acto fiel, filial. Lo
observo, lo abrazo y lo entrego. Es el amor que busca regalar sin
retener. Dar sin querer guardar para cuando no haya.


Esa mirada a Dios que se hace presente en mi vida. Aquí y ahora. Eso
es lo que quiero. Sí. En este mismo momento. Abrazando la cruz de mi
presente sagrado. Que pronto guardaré en mi alma como un don recibido
para siempre.


Pero me da miedo vivir inquieto saltando de un lugar a otro, de una
experiencia a otra distinta. Sin tomarme en serio lo que vivo ahora.


Leía: El otro inconveniente de columpiarte por las viñas del
pensamiento es que nunca estás donde estás. Siempre estás escarbando en
el pasado o metiendo las narices en el futuro, pero sin detenerte en un
momento concreto
.


Quiero aprender a vivir en presente. Sin quedarme en el pasado. Sin
angustiarme por el futuro que no controlo. Quiero aprender a vivir en
Dios en cada momento de mi vida. En cada paso.


Así me lo recuerda el P. Kentenich: «Sin un recogimiento
relativamente continuo de nuestras energías en Dios no es posible una
profunda vida de la fe. Por eso, ¡a rezar todo lo posible! ¿Qué es
rezar? Ofrecer en silencio mi corazón a Dios, como un regalo»
.


Le quiero ofrecer a Dios mi vida ahora en un momento de silencio.
Ahora, no mañana. No recordando lo que ya le di en el pasado. Ahora
mismo es cuando me mira con su amor y me recuerda cuánto me quiere.


Esa forma de vivir es la que me gusta. Sin pensar en lo que podía
haber sido mejor, sin querer cambiarlo todo. Sin quedarme en lo que
podía haber resultado de otra manera. Sin atarme a lo que vivo. Sin
temer perderlo. Se lo entrego todo a Dios. Porque es suyo.


¿Qué es lo que más me cuesta regalarle hoy? ¿Qué me ata por dentro y
no me deja mirar con paz y alegría lo que tengo por delante? ¿Qué me ata
al pasado? ¿Por qué me angustia el futuro?


Hoy quiero mirar a Jesús que recorre mis pasos. Quiero entregarle lo
que soy ahora mismo, lo que tengo hoy en mis manos, lo que temo en lo
hondo de mi alma, lo que espero de esta vida. Abrazo su presencia que
palpo.


Me gusta tocar su espalda. Escuchar la voz en la brisa. Sostener la
tenue luz en la que amanece en mis manos. Me gusta esa presencia
misteriosa que sucede ahora. No en el mejor momento de mi vida. Sino en este momento en el que existo.

Carlos Padilla

Aleteia