6 lugares clave de Tierra Santa que son «desconocidos»: túneles, aldeas… cementerios para niños

Tierra Santa puede que sea el lugar del mundo del que más se ha escrito a lo largo la historia de la humanidad. Célebres literatos, músicos, periodistas, papas y por supuesto grandes santos, han visitado la tierra donde nació y murió Jesús hace dos mil años.

Una de las últimas obras dedicadas a relatar lo que se puede encontrar el peregrino es Tierra Santa. Biblia, arqueología, catequesis (puedes adquirirla en este enlace), de la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC). Una completísima guía “para cristianos y no cristianos” sobre los lugares que pisó Jesús a su paso por este mundo.

Mattia D’Ambrossi, Francesco Giosuè Voltaggio (rector del seminario Redemptoris Mater de Galilea) y Germano Lori son sus autores. El libro, editado en dos lujosos tomos a todo color, en tapa dura y con un estuche, ve la luz como todo un tratado de lo que sus autores llaman “geografía de la salvación (puedes ver aquí su presentación en Madrid). 

De forma amena y enriquecedora, los autores van hablando de los lugares santos vinculados a Jesús, pero, también, de tumbas relacionadas con los judíos, o de pequeñas aldeas cristianas, musulmanas…

A continuación, seis de los muchos lugares “poco conocidos” que esconde Tierra Santa:

1.La espina y el león… en San Gerásimo

Unos kilómetros al suroeste del lugar tradicional del bautismo de Jesús se sitúa el monasterio de San Gerásimo (‘En-‘Eglaim), localidad citada en la profecía de Ezequiel 47,10: “Se instalarán pescadores a la orilla; será un tendedero de redes desde Engadi hasta Engalín. Habrá peces de todas las especies y en gran abundancia, como en el Mar Grande”.

En este lugar, San Gerásimo (muerto en el 475) fundó el Monasterio del Jordán, que atrajo a muchos monjes. Juan Mosco, en su Prado espiritual, narra que Gerásimo sacó de la garra de un león una gran espina y desde entonces el león lo siguió fielmente.

El león tenía como compañero un asno, que llevaba el agua al monasterio. Pero unos bandidos del desierto lo robaron y el león regresó al monasterio solo. El santo lo acusó de haber matado a su compañero y lo obligó a llevar el agua.

Cuando un día los bandidos pasaron cerca del monasterio con el asno, el león los atacó y así pudo devolver la bestia de carga al santo, el cual pidió perdón al león ¡por haber pensado mal de él! Cuando Gerásimo murió, el león se puso triste hasta el punto de morir él también.

2. El túnel de Ezequías en Jerusalén

En torno al año 700 a.C., Ezequías realizó un extraordinario sistema hídrico para asegurar al rey el abastecimiento de agua a los habitantes de Jerusalén, incluso en caso de asedio. Se trató, sin duda, de una obra monumental.

El rey hizo cubrir el lugar donde brotaba la fuente del Guijón, de manera que las aguas del manantial fueran inaccesibles desde fuera de las murallas. Además, excavó un túnel de unos 533 metros para encauzar las aguas del Guijón “por un canal subterráneo al oeste de la Ciudad de David” (2 Cron 32,30), o sea, hacia la piscina de Siloé.

Puedes ver aquí un recorrido por el túnel de Ezequías en Jerusalén.

En el 1880 se descubrió una inscripción (llamada precisamente “inscripción de Siloé”), en la que se celebraba el encuentro de los dos grupos de obreros que habían excavado el túnel, empezando el trabajo desde extremos opuestos. Cuando los dos equipos de trabajadores se encontraron a mitad del recorrido, el agua empezó a fluir abundantemente. La inscripción se conserva en el museo arqueológico de Estambul.

Hoy en día el canal puede recorrerse a pie. El agua fluye copiosamente y en algunos puntos llega hasta las rodillas. Además, el túnel es oscuro y en algunas partes estrecho (60 cm). Por esto es necesario ir provistos de linternas y, sobre todo, no sufrir de claustrofobia.

3. Tumbas judías en la corte del Sanedrín 

El parque arqueológico de Bet Shearim conserva los restos del homónimo poblado judío de época romana sacado a la luz por algunas excavaciones efectuadas en la primera mitad del siglo XX. Flavio Josefo también la menciona en sus obras.

A partir del 170, Bet Shearim se convirtió en la sede del Sanedrin (consejo de sabios judíos que hacían las funciones de juez), después de que este tuviera que peregrinar por varias localidades tras la destrucción, primero de Jerusalén (70 d.C.) y luego de Yamnia (135 d.C.). Finalmente esta aldea también fue destruida en época bizantina (352).  

El prestigio de este centro de Galilea estaba asociado a la presencia del rabino Yehuda Hanasí, uno de los autores de la Misná (primera gran colección escrita de las tradiciones orales judías), que había escogido Bet Shearim como su sede. El célebre rabí abrió una escuela talmúdica y de este modo la ciudad fue uno de los centros más importantes de la cultura judía de la época. Muchos judíos de la diáspora pedían ser sepultados en ella.

Tumbas excavadas en la roca de judíos importantes de la época. A partir del 170, Bet Shearim se convirtió en la sede del Sanedrin.

Precisamente, el verdadero lugar de interés es la necrópolis, compuesta por treinta catacumbas judías excavadas en la roca, que contienen cientos de tumbas y numerosos sarcófagos, todos en piedra. Desgraciadamente, en el momento del descubrimiento las tumbas estaban saqueadas.

4. Si tuvierais fe como un granito de…

A los pies del monte Tabor se encuentra la aldea de Daburiya, un pueblo árabe de pocos miles de habitantes, del que parten varios senderos que conducen a la cima del monte. La importancia de esta localidad no depende solo de su cercanía al monte de la transfiguración, sino de su asociación a algunos episodios narrados en la Escritura.

Según algunos estudiosos, Daburiya correspondería a la aldea de Daberat, ciudad asignada a los levitas y mencionada en Jos 21,28 y en 1 Cron 6,57. Además, su nombre está ligado al de la profetisa Débora, que era juez de Israel en las montañas de Efrain.

En la tradición cristiana, la aldea de Daburiya también está asociada a un milagro de Jesús, que los evangelistas colocan inmediatamente después del evento de la Transfiguración. Habiendo llevado consigo al Tabor solo a Pedro, Santiago y Juan, Jesús habría dejado a los otros nueve apóstoles en una localidad cercana al monte, presuntamente Daburiya.

Bajando, los encuentra discutiendo con una multitud que los rodea:

“Cuando volvieron a donde estaba la gente, se acercó a Jesús un hombre que, de rodillas, le dijo: “Señor, ten compasión de mi hijo que es lunático y sufre mucho: muchas veces se cae en el fuego o en el agua. Se lo he traído a tus discípulos y no han sido capaces de curarlo”. Jesús tomó la palabra y dijo: “¡Generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros, hasta cuándo tendré que soportaros? Traédmelo”.

“Jesús increpó al demonio y salió; en aquel momento se curó el niño. Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron aparte: “¿Y por qué no pudimos echarlo nosotros?”. Les contestó: “Por vuestra poca fe. En verdad os digo que, si tuvierais fe como un grano de mostaza, le diríais a aquel monte (el Tabor): Trasládate desde ahí hasta aquí, y se trasladaría. Nada os sería imposible”. (Mt 17,14-20).

5. El cementerio de niños en Nain

El antiguo poblado de Nain (término que proviene del hebreo que significa “gracioso”) surgía a lo largo de la ladera norte de la colina de Moré, no muy lejos del monte Tabor. El poblado árabe de Nain está habitado casi exclusivamente por musulmanes, que conservan todavía la tradición de un célebre episodio evangélico.

Precisamente en Nain, Jesús resucitó de la muerte a un joven, “hijo único de su madre, que era viuda” (Lc 7,12), deteniendo el cortejo que lo estaba llevando al sepulcro. Solamente Lucas narra este milagro,y el nombre de este poblado no aparece en ninguna otra parte de la Escritura.

“Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: ‘No llores’. Y acercándose al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: ‘¡ Muchacho, a ti te lo digo, levántate!'”.

“El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos de temor, daban gloria a Dios, diciendo: ‘Un gran Profeta ha surgido entre nosotros’, y ‘Dios ha visitado a su pueblo’. (Lc 7,11-17).

Tradiciones apócrifas sostienen que la viuda y el muchacho después de aquel encuentro se convirtieron en seguidores de Jesús, la comunidad local judeocristiana habría continuado venerando la casa de aquella familia a lo largo del tiempo, transformándola en una iglesia.

En la segunda mitad del siglo XIX, los franciscanos adquirieron los cimientos y las ruinas de esta antigua construcción y reedificaron una capilla bastante sencilla, en la que se hace memoria de la resurrección del hijo de la viuda.

En la segunda mitad del siglo XIX los franciscanos construyeron una capilla sencilla.

En este sentido, es interesante apuntar cómo hasta hace poco tiempo cerca de esta iglesia había un pequeño cementerio musulmán destinado a acoger a los niños muertos en el poblado; un hecho que hace suponer que el eco del episodio evangélico se había mantenido también en la población musulmana de Nain.

6. El último descanso samaritano del Patriarca José, hijo de Jacob

Según el libro del Génesis, José, el hijo de Jacob, antes de morir en tierra de Egipto, hizo jurar a sus hermanos: “Cuando Dios os visite, os llevaréis mis huesos de aquí” (Gen 50,25). Por esto, cuando los judíos entraron en la tierra prometida se llevaron los huesos consigo y los enterraron cerca de Siquén.

Por tanto, José fue sepultado en la única propiedad que Jacob había adquirido en la tierra prometida. Allí el patriarca había edificado un altar en honor del Señor (cf. Gen 33,20) y, según la tradición neotestamentaria, había excavado un pozo (cf. Jn 4,12). La tumba de José, en efecto, no está distante del pozo de Jacob (a unos 330 m).

La tradición cristiana también lo confirma gracias a un pasaje de los Hechos de los Apóstoles en el que se afirma que en Siquén también fue sepultado Jacob (cf. Heh 7,15-16). Pero, con mucha probabilidad, se trata de una tradición samaritana, pues los judíos honran el sepulcro de Jacob en Hebrón.

Los samaritanos, pues, han venerado este lugar a lo largo de los siglos, considerándolo como uno de sus lugares más santos, el segundo después del monte Garizin. Teodosio II hizo búsquedas exhaustivas y excavó la zona sepulcral en la que presuntamente fue sepultado José, para encontrar sus restos.

Parece, en efecto, que los samaritanos habían ocultado la tumba para evitar el saqueo de los cristianos. Finalmente, los enviados del emperador hallaron un sepulcro de mármol, que estimaban era la tumba de José, y trasladaron sus presuntos restos a la iglesia de Santa Sofia de Constantinopla.

Puedes ver aquí una visita a la tumba de José.

El actual cenotafio (monumento funerario en el que no está el cadáver de la persona a quien se dedica) fue construido en el siglo XIX por los musulmanes. A partir de los años ochenta del siglo pasado, el santuario fue objeto de enfrentamientos entre palestinos y judíos. El edificio llegó a ser incendiado y, después, reparado.

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